PorDarío Martínez Betancourt*
El gobierno nacional a través del Ministro Cristo, anunció una reforma política que fue objetada sin mayor análisis. El tema es recurrente y otros experimentos similares fracasaron porque jamás se lo abordó como un problema de la democracia en su totalidad, escindiendo la democracia política de la económica. Antonio Garcia, hace muchos años, con profundidad preguntó: “Qué validez tiene el problema de buscar la autenticidad de la democracia en la autenticidad del voto…si detrás del voto no existe un pensamiento responsable y una voluntad consciente del pueblo elector… los pueblos… sin una conciencia política son hordas, en que los partidos que se limitan a utilizar la opinión pública, como un “mercado electoral”,no son cuerpos de orientación, sino focos de corrupción en la vida política”.
Nuestro sistema político oculta donde vive la democracia. Ella coexiste en “reducidos grupos plutocráticos que concentran en su excluyente interés los poderes económicos, como medio de influencia política y la influecia política como medio de ventajas económicas”. (Plataforma Liberal Gaitanista Teatro Colón 1947). Sobre las irritantes desigualdades sociales y económicas, no se puede construir una reforma política integral, más aún, cuando el poder público carece de legitimidad moral. La democracia no puede existir a medias y menos divorciada de la economía, donde el privilegio, se apodera del Estado y de los partidos.
Si la fuente del poder es el delito amparado por una fementida partidocracia que permite caudillismos y/o salidas autocráticas, no es posible insistir en reformas sólo para las elecciones y no para después, que es cuando debe surgir la verdadera democracia material en forma indivisible. Eso es aplazar los cambios estructurales de fondo para solucionar los graves problemas económicos y sociales.
En un mundo donde nada concuerda al decir de Savater, “donde nada parece prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso (Política para Amador)”, es la hora de un oportuno acto de contrición sobre lo que está pasando en Colombia, encabezado por las minorías privilegiadas que han mercantilizado la democracía en su provecho. Todo es inútil, si no se desnuda la residencia real del poder público para transformarlo. Ése debe ser el punto de partida de una reforma del Estado que avoque entre otras materias, el agotamiento del modelo neoliberal, concausante de nuestros males, incluida la pobreza y la miseria, y la realización de la moral como empresa colectiva, y no como asunto exclusivo de los individuos, en búsqueda de la preminencia del bien común y el interés general. Será además, una manera de evitar el descarrilamiento institucional que produce la corrupción en nombre del realismo político y la fractura de la moral pública, como uno de los pilares de la legitimidad democrática.
Desbordamiento de tal magnitud, puede hacer periclitar la organización política y jurídica de la nación. La recuperación de la valoración ética y de la moral perdida, y la aprobación de un gran cambio institucional, serán banderas insustituibles en el próximo debate electoral.
*Ex Senador de la República.