Isaac Mendoza
El sacerdote católico Francisco de Roux, presidente de la comisión de la verdad surgida del acuerdo de La Habana, es, sin dudas, la representación de aquella narrativa acordada por Santos y aliados con el fin de hacerle un lavado de cara a las FARC. No se preocupa Francisco por la verdad, sino por demostrar una tesis preestablecida, delimitada y específica, según la cual las guerrillas son, a fin de cuentas, producto del Estado y por lo tanto, justificadas en circunstancias materiales provocadas por los villanos de la historia.
No es, sin embargo, criticable por sí misma la posición del sacerdote, que a mi parecer en el marco de la democracia es el ejercicio del derecho al libre pensamiento. Lo que resulta, a mi juicio, vil, es pretender usar el manto de la imparcialidad con fines políticos claros, desconociendo la crueldad con la que miles de víctimas fueron tratadas, y la putrefacción de una organización narcoterrorista como las FARC con el objeto de legitimar una lucha sanguinaria, dirigida y financiada por el secuestro y el narcotráfico, como una rebelión política.
Tal y como los sacerdotes que dirigieron la “santa inquisición” de la Iglesia, en cuyos juicios se daba por hecho la culpabilidad del acusado, Francisco tiene clara cuál es “la verdad” que persigue, no le importan entonces otras versiones, sino que hará lo posible, incluso por medios desleales, para “comprobar” aquella tesis que ya considera cierta. Bajo esta perspectiva, la “Comisión de la verdad” no debería tener la palabra verdad en su nombre, sino que debería llamarse “Comisión de la justificación de los crímenes de las FARC”, nombre que si bien es menos pegajoso que el actual, y sin duda despertaría un rechazo en la sociedad civil, por lo menos se correspondería con el fin auténtico perseguido por los comisionados.
Su entrevista con el presidente Uribe dejó zanjado el asunto y dilucidó con claridad sus intenciones: ellos pretenden la creación de una perspectiva histórica que no solo tergiverse los hechos del conflicto, sino que invierta los valores defendidos por las partes. Nadie desconoce, Comisionado Francisco, la barbarie detrás de los falsos positivos, ni lo repugnante de las alianzas entre el ejército y los grupos paramilitares, y sí, son verdades que deben ser contadas y que la nación debe conocer, pero, téngalo claro, una cosa es eso, y otra muy distinta es el uso de los hechos con fines políticos valorativos que convierta a las FARC en los héroes de la historia.
“No es esa la intención”, dirá usted, y “nadie ha dicho que los de las FARC eran héroes”, replicará, pero entienda que un discurso puede tener mensajes implícitos que claramente dan a entender valoraciones. Su narrativa lo da a entender así explícitamente no lo mencionen. Ustedes legitiman y legitimaron las actuaciones de las FARC al escudar cada una de sus atrocidades en el delito político, (hasta hoy no tengo idea como el violar menores puede ser considerado un delito político aún si fue hecho en el marco del conflicto), convirtiéndolos en actores políticos y, a fin de cuentas, volviéndolos luchadores sociales contra “la injusticia del capitalismo y la oligarquía”.
No lo conozco, por lo que esta columna no es personal, si la llega a leer entienda que lo que aquí se expresa no es sino el sentir de millones de colombianos que ven en el ejercicio de la comisión que usted dirige una simple lavadora donde se tuercen acontecimientos históricos para beneficiar los victimarios. Ni usted ni su comisión están logrando cerrar las heridas sociales de la guerra, todo lo contrario, las están abriendo más.