Por Ricardo Aricapa

Fabián Arturo Palacios Pulido, de 48 años, padre de cinco hijos, desde hace diez años auxiliar de enfermería en el CARI (Hospital Mental de Barranquilla) y miembro del comité nacional de reclamos del sindicato de trabajadores de la salud, Anthoc, falleció por coronavirus el pasado martes. Exactamente 40 días después del mitin de protesta que él mismo lideró con el personal el hospital para exigir bioseguridad, con pancartas, tapabocas y distanciamiento social, como toca en estos tiempos de pandemia.

Lo primero que hay que decir es que –vaya a saberse por qué– el virus no tuvo ninguna clemencia con el pobre Fabián. Se lo llevó en un santiamén, en diez días; a él, un hombre fuerte, sano cero fumador, nada bebedor, bien plantado todavía para los 48 años que tenía; algo pasado de kilos, eso sí, tal vez su pecado. En todo caso, estadísticamente el Covid-19 no se amaña mucho en organismos sanos, como el de Fabián, no se esperaban los estragos que le hizo.  

El mitin de protesta lo hicieron el 1° de Mayo, y su objetivo, como se dijo, fue denunciar las precarias condiciones laborales y la carencia de elementos necesarios para tener algún margen de seguridad en el trabajo. Que no es cualquier trabajo. Su riesgo de infección es tan alto como el que pueden tener los soldados que marchan en la primera línea de un combate. Y más en una ciudad como Barranquilla, que ha mostrado poca disciplina en el aislamiento y hoy tiene la curva de contagios más alta del país. En los últimos diez días triplicó el número de muertes por Covid-19.

En el mitin del 1° de Mayo Fabián Palacios estuvo muy activo y fogoso, como siempre, al pie de las pancartas y con su tapabocas. Recordó que, si bien la atención del CARI se centra en la atención de enfermedades mentales, en esta época todo hospital, de cualquier especialidad, es territorio apache del coronavirus. La posibilidad de contagio es más alta que en cualquier otro lugar porque los cuidados de la salud son de toma y dame, no se hacen por los laditos, ni de lejos, tienen que ser de frente y de cerquita.

Pero el plantón no solo fue por lo del coronavirus, también se hizo para protestar por el retraso de los pagos de quincenas a los trabajadores vinculados al hospital por prestación de servicios, como Fabián. Todos ellos asistieron al mitin para exigir el pago de los salarios atrasados y su vinculación directa a la nómina del hospital.

 “Fue como si Fabián hubiera adivinado lo que se venía. Lo prueba es que a las pocas semanas él y siete compañeros se infectaron por un paciente que llegó al hospital con coronavirus. Él fue el único que falleció, los demás están bien y aislados”, señaló Ángel Salas, empleado administrativo del Cari, secretario de organización de Anthoc Nacional, amigo personal de Fabián Palacios y compañero de luchas sindicales desde hace cinco lustros. Ambos empezaron en la dirigencia sindical de Anthoc desde muy jóvenes, en 1994.

Así que, técnicamente hablando, podemos afirmar que la causa del contagio y muerte de Fabián, que él mismo –¡vaya ironía!– previó con un mes de anticipación, fue la ausencia de bioseguridad. No hay que cargarla toda al coronavirus, que al fin de cuentas es un elemento más de la naturaleza, el más simple incluso; feroz y devastador, sí, pero evanescente, con agua, jabón y buenos elementos de bioseguridad se mantiene a raya. Elementos que no han tenido completos, ni tienen aún, los trabajadores del Cari de Barranquilla, denunció Ángel Salas.

Y a eso agréguele la inestabilidad laboral y los malos salarios, que también hacen mella en la mente y el cuerpo del trabajador, bajan sus defensas. Como estaba ya Fabián, angustiado por su situación económica.

Así las cosas, ésta viene siendo entonces otra crónica de una muerte anunciada, una más en la larga lista de muertes anunciadas en Colombia.

El día señalado en la vida de Fabián Palacios

La maluquera en el cuerpo le empezó a Fabián Placios desde la tarde del jueves 28 de mayo, pero no lo tomó con alarma porque pensó que era efecto del estrés que manejaba esos días, por las dificultades en su trabajo y en su bolsillo. Ya estaba hasta prestando plata.   

El viernes 29 no amaneció mejor. Todo lo contrario, no pudo levantarse a hacer lo del diario: salir desde temprano a tomar el transporte público hasta el hospital. En la mañana la fiebre le aumentó y le empezó una tos pertinaz, de esas que no paran. Entonces no la pensó más y arrancó de una para la clínica Murillo, donde por el protocolo del gobierno local debe dirigirse todo caso de sospecha de Covid-19. Lo vieron tan mal, que lo dejaron en observación.

Al día siguiente, sábado 30, su estado empeoró. Lo cogió una tos de tísico y una asfixia apremiante, que ya para el domingo en la mañana obligó a entubarlo a un respirador artificial en la Unidad de Cuidados Intensivos.

Con su vida pegada a ese respirador Fabián Palacios va a estar diez días más, sin mejoría en ninguno. El lunes 8 de junio fue crítico, su cuadro clínico se complicó, ya era necesario trasladarlo a un hospital de nivel cuatro, de mayor complejidad, que tuvieran los aparatos de respiración artificial que su estado requería. Pero cuando lo intentaron trasladar advirtieron que no había forma de hacerlo, estaba tan mal que no resistiría el traslado.

Horas después entró en paro cardio-respiratorio y el martes por la tarde Fabián falleció.  

Adiós entre aplausos

El cadáver de Fabián Palacios fue cremado este miércoles, tal como lo dispone la norma sobre muertes por Covid-19, que en su caso se hizo oficial el lunes, cuando se conoció el resultado de la prueba que le hicieron cuando ingresó a la clínica.

Pero antes de que lo cremaran, sus compañeros de trabajo le quisieron hacerle un homenaje póstumo. Pidieron que el coche fúnebre pasara por el frente del Cari Mental para, entre lágrimas, canciones y aplausos, hacerle calle de honor y despedir al compañero que se va.

Como lo merecía –comentó Ángel Salas–. Porque Fabián fue un hombre bueno, honesto y leal a los amigos. Muy apreciado en el sector de la salud. Por eso hoy es el símbolo del sector en el Atlántico y en el país. Murió exigiendo elementos de bioseguridad y mejores condiciones laborales para los tercerizados, pidiendo que les pagaran lo que les deben”.

La otra arista del problema es Ana Contreras Berrío, la segunda mujer de Fabián, con quien éste vivía desde hacía diez años, los mismos que llevaba de enfermero en el Cari Mental. La mujer quedó con su hijo de ocho años en el aire, con el inmediato futuro completamente envolatado, pues Fabián era el único sustento económico del hogar.

Ana recibirá una ayuda solidaria de parte de Anthoc y del movimiento sindical, anticipó Ángel Salas.