«Yo me la he pasado de soporte en soporte, yo soporto a mi mujer y ella me soporta a mí…y así soportándonos uno al otro, avanzamos, porque no es fácil mantenerse como pareja, pero con amor, respeto y valores, sacamos adelante este proyecto».

Por Lourdes Molina Navarro (*) Especial para El Economista

«Mi decisión era vivir o morir y yo estaba arriba en un palo de mango, muerto de miedo. Yo vengo desplazado y me querían desplazar de nuevo y obligarme a que saliera corriendo. Dios le tiene un tiempo a cada quien, porque no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista y hay que aprender a confiar en Dios. Pero mi apuesta de vida fue sembrar palma de aceite y me salvé yo y a mi familia», relató Rosalío Vargas Narváez, pequeño productor, en María La baja, Bolívar.

Rosalío, como cualquier personaje creado por el realismo mágico de Gabriel García Márquez, estaba ante el dilema de enfrentarse a su temor o sucumbir a él, pero se dio cuenta que alcanzar su sueño macondiano era un deseo más fuerte.

«Todo comenzó en 1999, -cuenta el agricultor-, cuando llegó el docto Carlos Murgas Guerrero al Distrito de riego y nos invitó a sembrar palma africana. No pude sembrar ni en el primero ni en el segundo proyecto, pero sí pude en Asopalma 3, en 2003».

«Por eso me alegra ver nuevamente al docto Murgas por aquí, porque mi corazón es agradecido y Dios y el cultivo de palma de aceite me han dado a tres hijos profesionales y una vida digna. El docto Murgas llegó y nos trajo un aliento de vida. Nos lo dijo clarito a mí y a otros que sembraron conmigo: Yo no soy la panacea para traerles dinero sin esfuerzo, pero el que quiera trabajar, lo puede lograr».

«Y no nos engañó con lo que dijo y también es verdad que a lo que se le pone amor y ganas, sale bien. Yo me la he pasado de soporte en soporte, yo soporto a mi mujer y ella me soporta a mí…y así soportándonos uno al otro, avanzamos, porque no es fácil mantenerse como pareja, pero con amor, respeto y valores, sacamos adelante este proyecto», siguió contándole Rosalío a El Economista y a los asistentes a una visita de familiarización convocada por Fedepalma y el Grupo Empresarial Oleoflores, donde el pequeño productor compartió su testimonio.

Historia ejemplar

La historia de Rosalío Vargas Narváez, de 74 años, nacido en Malagana, Bolívar, casado con Inés Pedroza, con quien tiene nueve hijos, es un ejemplo del modelo de Alianzas Productivas en palma de aceite y de como un pequeño productor, por ser socio del proyecto, en este caso Asopalma 3, pasa a tener 4 acciones en la Planta Extractora María La Baja del Grupo Oleoflores.

«La palma ha sido uno de los mejores proyectos para el departamento de Bolívar, pero para mí ha sido una verdadera opción de progreso, en 2017 pasé en producción de las 27 toneladas por hectárea y logré ingresos brutos por $36 millones. En la vida hay que mirar el pro y el contra de todo, pero yo le he apostado al agro, porque no nos deja morir y es así como tenemos mango y coco y nos va bien, y también con la ganadería, las gallinas ponedoras y los cerdos», concluyó Rosalío.

Carlos José Murgas Dávila, Gerente General de Oleoflores, se refirió al relato de Rosalío, indicando que el pequeño agricultor tiene 9 hectáreas en el predio, es beneficiario de una reforma agraria y llegó desplazado de otras zonas de Bolívar.

«La primera recomendación que le hicimos a Rosalío es que no sembrara las nueve hectáreas completas en palma de aceite, porque el flujo de caja inicial, sin otras actividades paralelas, iba a ser restringido por tratarse de un cultivo de tardío rendimiento. Por ello, en su misma parcela combina diferentes actividades, lo cual es muy positivo», indicó.

«En el tema de alianzas hay un hito que ha sido histórico en el campo colombiano y es que aquí existe una cadena de valor asociada a este proyecto porque los productores no tienen que buscar compradores para su fruta, sino que son socios de un modelo asociativo en el cual ellos también ganan por la venta de su aceite y no solo por la venta de su fruto. Adicionalmente cuentan con un contrato de asistencia técnica garantizado por treinta años y un contrato de comercialización», expuso el directivo.

Alianzas, cifras y proyección del modelo

Murgas Dávila explicó que el Núcleo palmero de María La Baja actualmente tiene 12.000 hectáreas sembradas, de las cuales 11.000 están bajo el modelo de Alianzas Estratégicas Productivas Palmeras, un esquema de desarrollo socioeconómico que vincula a pequeños, medianos y grandes productores con empresarios de trayectoria, con la finalidad de adelantar un proyecto productivo, rentable y sostenible, aprovechando las ventajas comparativas y competitivas de cada uno de los integrantes de la alianza.

«En este modelo el agricultor no solo es dueño de su parcela, sino de su fruto y de una parte de la planta, es decir el cluster completo por lo cual el productor tiene sentido de pertenencia desde la calidad de su fruta, cómo la transporta y cómo la procesa en la planta y eso marca una gran diferencia», puntualizó Murgas Dávila.

Hasta la fecha, el Grupo Empresarial Oleoflores reporta más de 25.000 hectáreas plantadas en palma de aceite, 35 asociaciones que trabajan con el Grupo, más de $115.280 millones prestados, producto de créditos aprobados y más de 2.000 familias beneficiadas, con una generación de empleos directos de más de 4.000 en cultivos y 12.000 indirectos.

Jens Mesa Dishington, Presidente Ejecutivo de la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, Fedepalma, precisó que el modelo de alianzas ha permitido integrar la economía campesina en cadenas agroindustriales y generar fuentes de empleo lícito para los agricultores y sus familias, sustituyendo y previniendo las siembras de cultivos ilícitos, al tiempo que destacó que el componente social del modelo cumple metas específicas, orientadas a aumentar el bienestar y la calidad de vida de los agricultores, la familia y la comunidad; lo que se traduce en nuevas oportunidades de desarrollo para las comunidades ubicadas en el área de influencia de las alianzas.

El vocero gremial indicó que la agroindustria de la palma de aceite en Colombia genera 180.000 empleos entre directos e indirectos que benefician a miles de familias y está presente en 161 municipios de 21 departamentos. Dijo que las alianzas aportan al desarrollo rural e hizo referencia a un estudio del DNP, del 2015, el cual encontró que en los municipios que afrontaron conflicto armado, los ingresos de los municipios palmeros superaron en 30 % a los que no contaron con este desarrollo agrario, llamándolo «dividendo social de la palma».

Asistentes a la visita

A la visita a María La Baja asistieron líderes gremiales como Jorge Bedoya, Presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, y funcionarios del Gobierno, diplomáticos, periodistas y directores de entidades como María Carolina España Orlandi, CAF en Colombia, Banco de Desarrollo de América Latina, Anthony Gilmore, Director de Política Comercial del Departamento de Comercio Internacional de Reino Unido, Susana Correa Borrero, Directora General del Departamento para la Prosperidad Social y José Humberto Oliveira, Representante del IICA en Colombia.

También estuvieron presentes Klaus Botzt, Ministro Consejero de la Embajada de la República Federal de Alemania en Colombia, Wilson Ramírez, Subdirector encargado del Instituto de Investigación Alexander von Humboldt y la Presidente de la Junta Directiva de Fedepalma, María del Pilar Pedreira, además de representantes del BID, Usaid, Procolombia, Ministerio de Relaciones Exteriores, FAO, Embajada de los Emiratos Árabes Unidos de Colombia, Agencia Internacional de Noticias EFE y RCN Internacional, entre otros.

De la ganadería a la palmicultura

Durante la visita también hablamos con Carlos Felipe Múnera Ruiz, mediano productor, representante de Agropecuaria Matuya, SAS, en la plantación La Tunja, quien expresó: «Toda la vida hemos sido ganaderos, desde mis abuelos, luego la tradición la siguió mi papá, pero aunque seguimos siendo ganaderos encontramos en la agricultura un mejor aprovechamiento de la tierra».

«Somos una empresa familiar, con 100 hectáreas de palma, sembradas en 2012-2014, que llegamos a María La Baja en 2011 y nos pusimos a trabajar viendo lo que estaban haciendo todos los vecinos. Nos pegamos al Núcleo productivo y vimos una nueva oportunidad de negocio y de desarrollo que en 2019 se materializó en una producción de 26 toneladas por hectárea», aseguró Múnera Ruiz.

Al preguntarle por el equilibrio entre una plantación de palma de aceite y el cuidado ambiental, argumentó: «En estas tierras no se ha hecho destrucción de bosque seco tropical, bosque vivo o selva virgen, todo ha sido mutación, es decir cambio del uso del suelo que ya se venía haciendo, pasar a la agricultura en una tierra que había sido dedicada al ganado, ahora dedicada a la palmicultura».

Manifestó que en el país hay sembradas más de 500.000 hectáreas y que a ellos la decisión de sembrar palma les cambio 100 % la vida y el chip.

«Pasamos de ser ganaderos únicamente, a ser agricultores, yo soy ingeniero agroindustrial, por ejemplo, y me tocó aprender de cero de un negocio nuevo, de un sistema de producción distinto, y hemos venido aprendiendo y haciéndolo bien, poniendo mucho de nuestra parte».

Terminó diciendo que le ha tomado gusto al cambio y se siente orgulloso de ser palmicultor, «dado que el aceite de palma es el más consumido en el mundo; Colombia es el cuarto productor mundial y el primero en América. Es un cultivo noble con el medio ambiente, con la fauna, que genera mucho empleo directo, 10 a uno si lo comparamos con la ganadería y es totalmente sano, con el uso adecuado de muy poco químico, lo cual es una gran ventaja para productores y consumidores».

(*) Periodista y escritora, especializada en temas económicos y empresariales, Magister en Estudios Políticos.

Vía Diario El Economista América Colombia