Por: Saúl Hernández Bolívar
Petro es un anarquista que no tiene el menor impedimento para medir las cosas con el rasero que más le convenga.
Muchos colombianos se siguen preguntando si el señor Petro realmente tiene autoridad moral para condenar la respuesta que Israel le dio al aterrador acto terrorista del que fue víctima el 7 de octubre del año anterior por parte de los asesinos de Hamás. Sí, seguramente el contraataque ha sido devastador en la Franja de Gaza y el pueblo palestino ha sufrido lo indecible, pero el ataque de Hamás fue dantesco, tanto como lo fueron muchos actos del M-19 cuando Petro militaba en esa organización. No tiene derecho, por tanto, a criticar la respuesta del estado de Israel y mucho menos a ocultar o disimular la monstruosidad y el salvajismo de los brutales terroristas de Medio Oriente
Pero es que el señor Petro suele caracterizarse por su doble moral, por su postura de anarquista y revolucionario que no tiene el menor impedimento para medir las cosas con el rasero que más le convenga. Lo ha hecho en numerosas ocasiones. Es, por ejemplo, lo mismo que hace hoy con respecto a la investigación de la que es objeto por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE). El señor Petro siempre le pidió al CNE que investigara conductas que él consideraba anómalas de otros presidentes y otras campañas, asegurando que era la entidad competente y que tenía toda la autoridad para hacerlo. Es más, decía que no solo tenía la autoridad sino, de hecho, la obligación de sancionar los eventos que encontrara contrarios a la ley en materia electoral.
El señor Petro también solía ser muy puntilloso en cuanto al pleno acatamiento que debía concedérsele a los jueces de la República y sus sentencias, sobre todo por parte de funcionarios de las otras ramas del poder público; haciendo énfasis en la entera sumisión y pleitesía que tenía que rendirles el mismísimo jefe del Estado, el Presidente de la Nación, a pesar de ser nombrado mediante votación popular, en el entendido de que ser obediente de la justicia y reconocer la independencia de sus representantes era el mayor acto de respeto a la democracia. Pero es que era otro Petro.
El señor Petro, el de hoy, tampoco quiere reconocer a los jueces, ni siquiera a los altos magistrados, y ya ha tenido encontrones con el Consejo de Estado, la Corte Suprema de Justicia y la Corte Constitucional. Cómo será el escaso respeto que les tiene que ha criticado en público el hecho de que el presidente de la Suprema sea de tintes conservadores a pesar de ser de raza negra y origen humilde, por lo que —según Petro— debería ser un ‘progre’ con alma de insurgente que consuma barbitúricos, trabaje poco y se acueste con travestis.
Es que el señor Petro, con su doble rasero, está íntimamente convencido de que una es la ley para él y los suyos, y otra para los demás. La suya, por supuesto, favorable a sus desvaríos, tanto que cree que su investidura presidencial, su fuero presidencial, está ungida de una absoluta inmunidad que hace que no lo puedan investigar ni condenar por ningún tipo penal. El sueño de cualquier bandido, hasta Pablo Escobar compró una curul en la cámara baja para tener inmunidad parlamentaria.
El señor Petro cree y proclama a los cuatro vientos que la ley es para los demás y que él es digno de toda inmunidad (o impunidad, más bien). Y hasta chantajea al país con supuestos levantamientos populares si le aplican una sanción. Pero no hay tal, este individuo es sujeto de derechos y deberes como cualquier otro y debe acatar el imperio de la ley o asumir el castigo con todas sus consecuencias.
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