Por Darío Martínez Betancourt*
Dolor moral se siente con los escándalos de corrupción en la Justicia, que comprometen su legitimidad. Pareciera que se están acabando los “jurisprudentes sabios en la ciencia de la vida” y muriendo el magisterio moral que ejercían los jueces, desde cuando la insensatez aún del todo no perdonada, convirtió en cenizas la justicia, inmolando las mejores inteligencias del Derecho.
Desde la eternidad, lumbreras de la jurisprudencia y la probidad, como Darío Echandía, Antonio Rocha Alfonso Reyes, Fernando Hinestroza, Manuel Gaona, Carlos Medellín, Luis Carlos Pérez, Carlos Gaviria, entre otros, estarán perplejos ante el desvío de ciertos administradores de justicia por los despeñaderos del delito. Como nunca se ha mancillado el honor, el respeto, la rectitud de conciencia y la dignidad de la Justicia. Hay una herida en el alma colectiva que es necesario remediar.
Los intentos de reformar la Justicia, se estrellaron contra el muro de los conflictos de intereses de magistrados y congresistas, quienes con esguinces impidieron una transformación esencial. Es clamor general, recuperar la confianza en la justicia y sepultar privilegios oprobiosos. El sistema judicial sigue en crisis. La respuesta no puede ser sólo la cárcel para quienes delinquen. Se impone una reestructuración a fondo de la organización y funcionamiento del Estado, que supere los reiterados taponamientos institucionales propiciados desde las cumbres de las tres ramas del poder, utilizando para ello, los mecanismos extraordinarios previstos en la Constitución par reformarla.
Difícilmente se puede consolidar la paz integral, si se mantiene una Justicia permeada por el crimen y la inmoralidad. La Justicia deshonesta, es su negación. Divorcia el Derecho y la moral con graves consecuencias para la convivencia social. Justicia comprada o vendida, es la peor injusticia. Sus venalidades repugnan. Si a la mercantilización de la política, se suma la de la Justicia, es probable que estemos ad-portas de la liquidación del maltrecho Estado Social de Derecho.
Quiera Dios, que por indolencia institucional, pasividad social y pactos cómplices de algunas altas esferas del Estado, “de dejar hacer y de dejar pasar”, no termine convertida nuestra Justicia, en la misma que describió Dostoyevski en los tiempos de los zares, cuando la comparó al alquiler de los carruajes, que cobraban de acuerdo a la distancia y de acuerdo al pasajero.
Ángel Osorio, en el libro “El Alma de la Toga”, enseña que ante la ausencia de cualidades verdaderas en el abogado, “que vulgarmente lo prostituye”, la toga se convierte en un “disfraz irrisorio”. Es cuando “el abogado vende el alma para nutrir el cuerpo”.
*Ex Senador de la República