Por Carlos Villota Santacruz
Internacionalista, Comunicador Social y Periodista, experto en marketing político y marketing de ciudad
Twitter@villocol
Diciembre 9 de 2016 .La sociedad colombiana, con más de 50 años de violencia, no solo ha perdido a varias generaciones, sino que su paso dejó muerte, desolación, hambre, pobreza, huérfanos y viudas, que se traduce no sólo en una historia de dolor e individual y colectiva, que trascendió en el tiempo, que desde Oslo, en Noruega, buscará cerrar una página, a través del Nobel de paz 2016, al presidente Juan Manuel Santos”
Esta es la radiografía de un país –aún polarizado alrededor de la reconciliación- que alcanzará la visibilización mundial, a través de una ceremonia que será transmitida por la televisión pública de Colombia, acompañado por redes sociales (twitter, facebook, youtube e Instagram). Sin duda, además, pasará a la historia por su significado y su impacto a mediano y largo plazo, no solo en internamente sino en América Latina.
La paz, para este país de 48 millones de habitantes, significará la entrada de una etapa de posconflicto –cuyos 12 primeros meses- serán los más difíciles, en palabras de los analistas, sector político, gremial y académico, que en esencia tendrá como protagonistas a 32 departamentos y más de 1080 municipios, que demandan un cambio social del Estado, en zonas tradicionalmente excluidas de los beneficios del desarrollo.
Las cicatrices que marcan a la Colombia de la segunda década del siglo XXI son profundas. Los problemas a superar son enormes. La herencia de un pasado de violencia, la aparición de la corrupción y la deuda externa, hicieron del territorio un escenario de poder, que no se “pagará de la noche a la mañana”, que necesita más allá de recursos teóricos y el respaldo de la comunidad internacional.
Se abre una nueva etapa con el Nobel de Paz al presidente Santos, en un país que estará en boca del mundo: desde las Naciones Unidas, Estados Unidos, el Vaticano, Europa, Asia y desde luego, vecinos de frontera como Panamá, Ecuador, Perú y Venezuela. Para el ciudadano de a pie, el erradicar la violencia ha sido un sueño que cobra vida desde Oslo, en Noruega. Para los hombres y mujeres de 50, 60 y 70 años no hay tiempo que perder. Es con el sí a la paz, que puede tomar el destino en sus manos, bajo el lenguaje del perdón. “La violencia creo desolación y mutilo la esperanza. El reto es generar vida, con el concurso de una justicia fortalecida, que debe repensarse desde la Universidad, pasando por el Congreso y las Altas Cortes”
Para los jóvenes colombianos –los mismos que marcharon por las calles de Bogotá, Cali, Buenaventura, Pasto, Villavicencio, Medellín y Cartagena- tras el triunfo del No Plebiscito el pasado 2 de octubre, la paz no tiene apellidos y la democracia no tiene colores. La paz es una hoja de ruta que debe unir al campo y las ciudades, sean estas de la costa, de la sierra, del pacifico, del llano o de la amazonia.
Con su liderazgo la esperanza tendrá otra mirada en el horizonte. En palabras de Nobel de Paz, el ex presidente Oscar Arias, “cuando ese camino se comience a recorrer, será necesario unirle a la esperanza la sabiduría. Solo así será posible que la violencia reviva, solo así será posible tener la serenidad requerida para responder con paz a las ofensas”
En el cierre del año 2016, no se puede perder la fe. La historia de Colombia se escribe este 10 de diciembre desde la ceremonia –carga de sentimiento y nostalgia- donde un colombiano: el presidente Santos, recibirá en nombre propio y de sus compatriotas, en particular de las víctimas de la violencia, el Nobel de Paz En ese instante, la lucha de muchos de quienes le antecedieron en esa bandera, habrá valido la pena, que con “el paso de las manecillas del reloj, se convertirá en una victoria de muchas generaciones, que si bien ya no tienen voz, si tienen el legado de sus hijos, de sus nietos y bisnietos, que siempre guardaron la esperanza de ver un nuevo amanecer desde el campo. Porque la paz, se elevó a una decisión de Estado. Fuerte y claro. No más guerra”.