-Para los que me pregunta como fue el accidente!

Por Alfonso Hamburger

Una manada de chivos guajiros se apareció en la vía a la altura de Mingueo, diez minutos después de haber partido de Riohacha rumbo a Cartagena , poniendo a prueba aquello de que tenemos un día y que Dios existe. Eran las dos de la tarde del sábado 19 de agosto, mientras San Jacinto ardía en su festival de gaitas, el comunicador social Luis Carlos Zúñiga acomodaba sus 1.97 metros de estatura al volante de su camioneta plateada, que tosía pidiendo carretera después de haber bebido cuatro pimpinas de gasolina venezolana. Hablábamos más que un recién aparecido y viajábamos por una autopista ancha, como para un avión, mientras mirábamos un restaurante donde almorzar. Tragábamos frutas y apenas nos acomodábamos al paisaje del desierto que iba quedando atrás cuando aparecieron los chivos criollos, porque los europeos se los tragó el mar, según la leyenda wayunaiki. No hubo tiempo para más. Pero Zúñiga trató de salvar la chiva que iba adelante, como perseguida por los machos, quizás espantada por un tigre. O más bien jugueteaban, silvestres. De allí en adelante viajamos en los brazos de Dios durante 20 segundos espectaculares. Después del frenazo, en medio de chirrido de fierro y quemada de llantas, más el pito que alerta a la manada y hace retroceder a los salvajes: el impacto por detrás, más salvaje todavía.

¿Qué había pasado? Un bus que venía de Maicao cargado hasta las banderas de mercancías y de comerciantes bulliciosos y cuyo chofe r zenu, gordo y bajito, hablaba por celular, nos impacta por detrás y nos lanza por los aires. Venía tan pegado a nuestra camioneta, en marcaje de doble linea amarilla, que no pudo esquivarnos, máxime cuando en contra vía venia un auto, de modo que nos impacta en la esquina izquierda y nos lanza hacia el precipicio, a la derecha. Nuestra camioneta primero se achica por el impacto y después vuela. Es allí donde ocurre el milagro. El timón sale del control de Zuñiga y empieza a manejarlo Dios. No se explica cómo la camioneta cae sobre un desnivel de tres metros, a la entrada de una finca y no se vuelca, sino que sale dando tumbos falda abajo entre un bosque de trupillos, aromos y dividivis, paralelo a una cerca de madrinas, nacederos y alambres de púas que pudieron degollarnos. Pero no, milagrosamente la camioneta recorre entre el monte y la maraña unos noventa metros, hasta que es atajada por un tronco enterrado en la equina de la cerca. Los alambres de púas y parte de la cerca, le quitan el ímpetu de la camioneta. Las dos llantas del lado derecho quedaron explotadas. Los destrozos del automotor son salvajes y pensar que minutos antes la elogiábamos, por lo bien mantenida. Del lado mío, el derecho, no hay salida, porque una madrina nos aprisiona. La periodista que iba atrás, Mayra Pérez, grita, ha recibido un fuerte golpe en la cabeza. Luis Carlos , aturdido por el desastre, alcanza a salir por su lado. Yo le sigo, mientras ya gente viene bajando a nuestro auxilio, entre ellos un hombre que se apodera del celular de Luis Carlos. Se arma la bulla, lo persiguen y logran rescatar el celular, lo que indica que no todos llegan a auxiliar, sino a saquear.

Nos hemos salvado de milagro, porque si el auto impacta con alguno de los árboles, otra hubiese sido la surte. Un accidente, aunque sin víctimas fatales, es toda una calamidad. Los pasajeros del bus quieren llegar a su destino. Nosotros también, tenemos sueños. Viene la Policía, los de la ANI, el croquis, la ambulancia. La discusión. Luis se retorna con su camioneta siniestrada a Riohacha en una grúa y yo sigo mi viacrucis. Sigo a Barranquilla en el bus que nos impactó, y veo que el chofer no deja de hablar mientras conduce.

Lo macondiano es que a las siete de la noche, en Pueblo Viejo, caímos en un trancón del diablo. Son kilómetros de autos atajados porque están velando a un muerto en la vía. Llueve y se va la luz. Al muerto lo mató un policía y ahora todos pagamos. Variamos los planes, llueve por toda la región, hay otro accidente llegando a Barranquilla, donde impactan cinco autos. Otro muerto en la via.

A las tres de la madrugada arribamos a San Jacinto, ha llovido toda la noche, es allí donde nos arrullan aires de gaita, entonces me acuerdo que Dios es grande y grito: ¡Hay hombre, tierra mía, guepaje!.

¡He vuelto a nacer!