Por Lola Portela
Muchas simplemente ya no esperan nada. No creen en lo pactado en La Habana, no creen en el Gobierno, ni en la Ley de Víctimas, tampoco desean tragar entero frente a las promesas de los políticos que, ahora en campaña, se acercan o lo harán en busca de su voto de opinión. Simplemente las víctimas saben que les han incumplido.
La mayoría coinciden en que deben ser reconocidas por sus víctimarios y al menos contarle la verdad al país. Consideran que la JEP se la pasarán por la faja, y les duele, porque «aquí no pasa nada».
Por estos días, tuve la oportunidad de reunirme y conversar con muchas de las víctimas y para mi complacencia, están informadas, siguen de cerca los debates del legislativo y a cada precandidato a la presidencia y al congreso. Hablan de su sueño de paz con sabiduría; sin dolor, sin rencor, pero con enorme sinceridad, gallardía y valentía. Tienen su mente clara frente a quiénes por ésta época preelectoral sólo buscan su voto.
Consideran que durante los días que restan del año y de cara al país, en manos y en la conciencia de cada Congresista están los temas de justicia transicional en cuanto les atañe a ellas, como víctimas, y al resto de los colombianos que han sentido la guerra.
Hoy, no se sienten mártires del conflicto, pero en cada espacio están dispuestas a pronunciarse, de frente, en cuanto al tema que les toca el alma. Saben con claridad quiénes las pretenden utilizar políticamente y quiénes están realmente trabajando, al menos, por esa verdad y perdón que unánimente piden.
Muchos hacen un llamado a que esa guerrilla, que hoy hace parte de la política como candidatos con curules negociadas y no ganadas en las urnas, reconozca a todas sus víctimas y les den a conocer a cada una su verdad: eslabones de las historias que ocultan, escudados en que era un conflicto armado revolucionario en defensa del pueblo.
Es claro que la mayoría de colombianos no reconocemos a la guerrilla como defensores de nuestros derechos. Por el contrario, y me incluyo, consideramos que violaron nuestros derechos humanos y, aunque lo nieguen argumentando, cometieron delitos de lesa humanidad.
Sin embargo, con el tiempo y el empeño individual las heridas han sanado, aunque las cicatrices no se borren. Muchos de nuestros compatriotas perdieron años, décadas secuestrados; otros fueron mutilados, por las minas; extorsionados; desplazados, por las Farc.
«Los Acuerdos de la Habana, en el papel, el Gobierno y muchos políticos, en su discurso, dicen que lo central de la justicia tiene que ver con el punto de las víctimas. Cuál justicia, si no se entiende, cómo pueden ser candidatos con prontuario y sin decir la verdad». Y lo cito en comillas porque es el sentir de la mayoría y del pueblo.
Las Farc no han querido reconocer a las víctimas y los daños que ocasionaron durante más de 50 años de conflicto. Sin embargo, socialmente no pueden negar que son responsables de terrorismo, secuestros, atentados, reclutamiento de niños y siembra de minas antipersona; hasta el momento no reconocen estos delitos, por el contrario su tendencia es a considerarse víctimas y no victimarios.
Como víctimas, a la mayoría no les importa si alguien paga cárcel o no. Les parece más importante conocer la verdad. Les interesa más que las Farc les pidan perdón. Son pocas las que esperan, un proceso de juzgamiento.
Y es que la verdadera justicia nace de la voluntad del victimario de pedir perdón, resocializarse y evitar más victimas hacia el futuro.
A los colombianos que no entienden su posición frente a la paz les dicen: «nadie puede comprender la paz si no ha vivido la guerra. Cuando uno ha sido víctima sabe el valor real de la paz y estuvimos dispuestas a ceder, pero las Farc deben asumir su responsabilidad, pedir perdón y esclarecer los hechos».
Ojalá tanto el Gobierno, como los Congresistas, los candidatos, la misma Farc, y el resto de grupos, aún alzados en armas, no olvidaran que la verdad es necesaria como elemento de reparación y reconciliación que el país la necesita.