Lo expuesto sobre las posibles motivaciones de las partes y las incongruencias en el proceso de Justicia Transicional Punitiva demuestran unos vacíos en el camino de la “paz” planteado para Colombia, y en último, una falta de cultura de paz en el país.

En primer lugar, el modelo que se está planteando en Colombia es una mezcla de Justicia Transicional: Punitiva, que busca promover los mínimos de justicia para evitar injerencia externa, de la Corte Penal Internacional, por ejemplo; y Restaurativa, que en su generalidad consiste en promover la reconciliación nacional con base en el perdón a cambio de la verdad. Esta mezcla es común en los procesos de paz y se ha evidenciado en países como Sudáfrica y Ruanda, siempre con la prominencia de uno de los elementos. En el caso colombiano se prevé primará la Restaurativa, por lo que el mejor ejemplo para comparación es Sudáfrica, y es en este punto donde podemos darnos cuentas de las dificultades por venir.

Iniciemos por el estilo de justicia y sus principales elementos: verdad a cambio de perdón, como base para la reconciliación nacional. Esto aunado a un pilar la Justicia Restaurativa que es nunca olvidar, como garantía de no repetición, lo cual se basa principalmente en la memoria histórica. Esto suena muy positivo, pero tiene unos requerimientos básicos, con los cuales nuestro país no cuenta actualmente: 1) disposición de reconciliación y de perdón; 2) verdad ilimitada y generalizada; 3) identificación y reconocimiento de víctimas y perpetradores; 4) una narrativa y una meta nacional.

El primer y segundo punto son caras de la misma moneda. Implica una voluntad de perdonar, pero además, una voluntad de pedir perdón; y por lo que se ha evidenciado en los testimonios de los líderes de las FARC, la última no existe, al menos hasta el momento. Así mismo, esto depende también de una verdad ilimitada y generalizada, es decir, el conocimiento de todo el pueblo colombiano de las acciones de las partes armadas. En este sentido, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación es la base para dar los testimonios, generar encuentros entre víctimas y perpetradores y fomentar el espacio para el perdón. En el caso de Sudáfrica, estas sesiones se realizaron en televisión nacional y se transmitieron en todos los medios. El problema es que actualmente no es claro si esto sucederá en Colombia, si la guerrilla y el Gobierno dirán la verdad a las víctimas y al país, y si esto será de conocimiento púbico o de ciertos grupos.

El tercer punto es la base de todo el proceso, y es la identificación particularmente de las víctimas afectadas por el conflicto armado, especialmente la población civil. Y este es clave, debido a que las víctimas deben ser reconocidas y reparadas por los perpetradores, recibir la verdad, y estar en igual condiciones que todas las partes. Lo anterior no es claro en este proceso de paz, es decir, construir escuelas no es necesariamente una forma de reparación válida para las víctimas, y tampoco lo es considerar que las FARC tendrán más beneficios por reinsertarse a la sociedad, que sus víctimas. Se debe encontrar un equilibrio.

Todo este proceso debe estar enmarcado en una narrativa nacional, un proceso de memoria histórica, que no solo reconozca a las víctimas pero que siembre el terreno para nuestra meta nacional con la paz. En la historia que generemos con este proceso no se trata de establecer personas o partes buenas y malas, se trata de establecer de manera claramente acciones buenas y malas, como base para la no repetición. Esta narrativa nacional debe basarse en la importancia de utilizar medios pacíficos para cambiar el sistema, en la legalidad y en la legitimidad, condenando acciones armadas para conseguir ­ objetivos. Es muy interesante tomar un poco del caso peruano, en el cual son claras las trasgresiones de las partes, pero al mismo tiempo hay una transparente concepción de que los grupos armados actuaron por fuera de la ley y de la legitimidad, y que por más válidas que fueran sus dolencias, el camino armado (que perjudica principalmente a la población civil como es en estos casos) no es justificable. Esto se debe promover en los colegios, en monumentos, en los medios, y siempre recordar lo sucedido para evitar que vuelva a pasar.

La meta nacional como resultado de esta narrativa no puede ser únicamente la ausencia de violencia, ¿qué queremos en Colombia? ¿Qué nos une a todos y nos cambiaría nuestra manera de pensar? Esta respuesta se debe dar por todos los miembros de la sociedad. En el caso Sudafricano fue la recuperación económica del país y su establecimiento como potencia, todo bajo el manto de la humanidad y la igualdad, de una transformación socio cultural.

Esta transformación es necesaria en Colombia y estamos muy lejos de ella, porque mientras veamos la paz como ausencia de violencia, e idolatremos como cultura los beneficios y el dinero fácil, no tendremos paz. Y en realidad las partes que están negociando esta justicia transicional no están pensando en eso, y por lo contrario, son el ejemplo clásico de esta superficial visión colombiana. Y peor aún si el dinero del narcotráfico que tienen las partes termina en sus manos para sus propios fines en el posconflicto. Más allá no hemos encontrado cómo lograr una base esencial para lograr todo este proceso: la paz política.

Y es que en este país, lo cual se ha evidenciado fuertemente en los últimos días en el Congreso, no existe la posibilidad de disenso, ni el valor de la tolerancia. Tener opiniones distintas es percibido como una agresión, y la polarización que ronda el proceso de paz ha ido incrementando al punto que si uno no está de acuerdo con todo lo planteado en La Habana, uno está en contra de la paz. Una verdadera democracia, y principalmente, una verdadera paz nace de la tolerancia a la diferencia; y si se quiere el pueblo colombiano sea tolerante frente a las acciones de los guerrilleros que se reinsertarán en la sociedad, lo primero que debemos hacer es ser tolerantes en casa, aceptar distintas opiniones y permitir estar en desacuerdo sin demonizar.

Estas condiciones son las que permitirían que logremos la paz y la reconciliación, y estamos bien atrasados. Y es que todo esto requiere de un líder o líderes, figuras públicas admiradas por gran parte de la población que fomenten y guíen o inculquen en la sociedad la meta nacional y la reconciliación como base de esta. En el caso de Sudáfrica fueron figuras como Nelson Mandela (encarcelado 28 años injustamente por el régimen del apartheid) o Desmond Tutu (sacerdote conocido por oponerse al régimen y quitar todas las cruces de su iglesia porque “Dios no merecía ver lo que estaba pasando).

El tema es que si personas de este carácter le decían a la población que se debía perdonar, la gente pensaba “si él puede yo también”, tenían credibilidad. El problema en Colombia es que no hemos identificado esta figura, qué credibilidad tienen el Presidente Santos, o en su defecto Timochenko, respecto de los sufrimientos de los pobres o de las víctimas y por qué la población los seguiría.

Más allá de esto, el hecho de anunciar que hubo o pudo haber malinterpretaciones de los acuerdos por parte de la guerrilla de las FARC, genera una mayor desconfianza no solo en los líderes de este proceso, sino en el proceso como tal. Y es que nos devolvemos nuevamente al papel de la verdad: no se puede confiar en lo que no se conoce. Y no es presión, ni es estar en contra de la paz, solicitar conocer los acuerdos, por el contrario, es la base de estos, no solo porque es el derecho del pueblo colombiano, sino porque si no se entienden los acuerdos ni el porqué de ellos, no tendrán credibilidad a ojos de los colombianos. Y como han establecido en repetidas ocasiones, la paz es de la sociedad, pero las acciones resultantes de las negociaciones de La Habana, dan a entender que esta expresión es solo un bonito slogan o mantra,  pero están lejos de la realidad. Socializar los acuerdos, educar y concientizar sobre los motivos de ellos, sobre concesiones o posturas más fuertes, es el trabajo del líder; quien debe confiar en los ciudadanos, porque al final del día son estos quienes implementarán en realidad la paz.

En Colombia debemos conocer los acuerdos e identificar los símbolos que los movilizarían, porque los símbolos son los que mueven al ser humano; y mientras no lo hagamos, esta paz en el mejor de los casos, se quedará con la desmovilización de algunos guerrilleros y tal vez menos enfrentamientos, pero nada más.