Filip Kuznetsov pasó una noche entera apretujado en una camioneta de la policía junto a otros 17 manifestantes porque todos los centros de detención de Moscú estaban llenos.
Kuznetsov era parte de las 4.002 personas arrestadas en Rusia la semana pasada -todo un récord-, luego de que grandes multitudes salieron a las calles para exigir la liberación del político opositor Alexei Navalny.
Navalny, un activista anticorrupción que es un feroz crítico del Kremlin, fue encarcelado en su reciente regreso a Rusia después de recuperarse de un intento de asesinato con un agente nervioso.
Y para este domingo se han convocado más protestas, las que amenazan con tensar aún más el sistema.
«No dormimos en toda la noche. Una persona siempre tenía que estar de pie, por la falta de espacio, así que nos turnamos», me contó Kuznetsov por teléfono el miércoles desde la parte trasera de la camioneta de la policía, a la que describió como un «vehículo antiguo con rejas de metal por todos lados».
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El lunes un juez lo condenó a 10 días de prisión por su participación en la protesta. Pero la policía tardó dos días más en encontrar espacio en las celdas de la ciudad.
Para cuando hablamos, su grupo había estado esperando afuera del Centro de Detención No 2 de Moscú durante 17 horas, alimentado solo por voluntarios que llevaron sándwiches a la camioneta.
«Cualquiera podría ser el siguiente»
Kuznetsov, quien es propietario de una pequeña empresa, no es fanático ni seguidor de Navalny, pero le preocupa cómo se ha tratado a un conciudadano.
«Lo están castigando por nada, lo que significa que cualquiera podría ser el siguiente, incluido yo«, explicó.
Pocos de los manifestantes con los que hablamos en la Plaza Pushkin de Moscú el sábado pasado mencionaron el intento de envenenamiento de Navalny, pero todos se sorprendieron por cómo su vuelo a casa fue desviado para que pudiera ser detenido en la frontera.
El activista luego se enfrentó a una audiencia judicial improvisada y extraña en una estación de policía.
Una encuesta sugiere que hasta el 42% de los manifestantes que participaron en la marcha de Moscú estaba protestando por primera vez.
Y otro elemento sin recedentes es que también se dieron protestas en pueblos y ciudades que generalmente se consideran políticamente «pasivas».
«En Moscú, tenemos seguridad en número y lugares para trabajar si nos despiden, pero en las regiones es mucho más restringido«, explica la politóloga Ekaterina Shulman.
«La gente corre más riesgos», destaca.
‘En las regiones la gente está mucho más enojada’
En Vladivostok, el lejano oriente de Rusia, el equipo de Navalny dice que no se habían registrado manifestaciones de la escala de las del sábado pasado en más de una década.
Katerina Ostapenko, su coordinadora local, no pudo participar, pues había sido detenida por la policía el día anterior.
Pero Ostapenko dice que salieron hasta 3.000 personas, motivadas en parte por la última revelación en video de Navalny: una investigación de corrupción que denunciaba al propio presidente Vladimir Putin.
En el video se afirma que Putin se hizo construir un opulento palacio secreto en el Mar Negro, con una discoteca acuática y un salón de pole dance.
«Creo que la gente en las regiones está mucho más enojada y es por eso que tantos protestaron«, me dijo Ostapenko.
«Están realmente enojados porque no tienen dinero, ¡y ahora miren cuánto tiene Putin! Y es dinero de nuestros impuestos lo que pagó por su palacio», explica.
Vladimir Putin ha negado cualquier vínculo con la gigantesca propiedad en Gelendzhik, calificando la película como un montaje deficiente destinado a lavar el cerebro a la gente.
La misma, sin embargo, ya se ha visto en YouTube más de 100 millones de veces.
«El número de opiniones es asombroso», dice Ekaterina Shulman, para quien la escala de las protestas refleja un descontento cada vez más profundo.
«[Está] el año con medidas de confinamiento, la frustración y el cansancio acumulado dentro de la gente, y el estancamiento económico en curso y la disminución de los ingresos», explica Shulman, quien destaca que la calificación de confianza de Putin ha estado bajando desde su reelección hace dos años.
«Estamos en un período turbulento», resume.
Entonces, como era de esperar, la respuesta a la protesta del sábado ha sido dura y rápida.
Después de arrestar a miles de manifestantes ese día, emitir multas y ordenar detenciones a corto plazo, los funcionarios ahora persiguen a los aliados clave de Alexei Navalny, incluido su hermano, su médico y un abogado de su Fundación Anticorrupción.
Policías con pasamontañas negros, armados con palancas, hicieron redadas en sus pisos y oficinas en todo Moscú al tiempo que se abrió un caso penal por convocar una protesta en medio de una pandemia.
El hecho de que el alcalde de Moscú acabara de levantar el toque de queda en bares y clubes nocturnos, alegando que el covid-19 está en retirada, no hizo ninguna diferencia.
El viernes, un tribunal colocó a los tres hombres bajo arresto domiciliario durante dos meses, sin acceso a internet, mientras continúa la investigación.
El portavoz del Kremlin niega que los enjuiciamientos tengan motivaciones políticas y les dice a los periodistas que los agentes del orden «simplemente están haciendo su trabajo».
Pero con otro día de manifestaciones por delante, las autoridades claramente quieren eliminar a los cabecillas.
«Tenemos que protestar»
Puede que la represión reduzca el número de manifestantes este fin de semana: también se han iniciado casos penales contra manifestantes comunes por cargos graves, incluida violencia contra la policía y vandalismo.
Pero muchos han dicho que eso no evitará que salgan a la calle.
«Compartimos un problema, la forma en que somos gobernados», dice Danya, un estudiante que fue detenido el sábado pasado junto con varios amigos. «Todos estamos protestando por una cosa: la alternancia del poder».
Su amigo Kirill dice que su grupo estaba parado en silencio cuando la policía «se abalanzó sobre nosotros y empezó a golpearnos con sus porras».
«No soy un partidario directo de Navalny», explica Kirill, pero considera que su trato es «ilegal». «Entonces, como ciudadanos de un país que amamos y queremos ver mejorar, tenemos que protestar«.
Una persona que definitivamente no se unirá a él es Filip Kuznetsov, a quien aún le quedan varios días de su sentencia por cumplir.
Pero el viernes envió un mensaje informando que él y otros manifestantes estaban siendo trasladados «a toda prisa».
«Están haciendo espacio para la protesta del 31», me dijo, antes de que lo metieran en otra camioneta de la policía y lo llevaran a un centro de detención para inmigrantes ilegales a 100 kilómetros de la ciudad.