Por Lola Portela
Periodista especializada en temas de conflicto.

Les confieso que tengo dolor de patria en mi atribulado corazón.
Enorme tristeza y angustia.
NO soy de derecha, NI de izquierda, y lo aclaro por si acaso me definen o me señalan, como suelen hacerlo quienes no me conocen. Cuando voto lo hago por planes de gobierno, por ideas, NO por personas.
NO le he vendido mi alma a ningún político y mucho menos al diablo, pues creo en Dios y sigo sus reglas.

En días pasados, unos violentos delincuentes atentaron contra la vida de uno de mis hijos. El odio social que está sembrado es tanto, que tiraron, no a robarlo, sino a matarlo. Y créanme: Dios me lo guardó.

Ahora mismo pienso, ¿qué pasa con la juventud? Esos eran jóvenes como él. La diferencia radica en que mi muchacho es luchador, NO la hemos tenido fácil, como podrían creer.
Él es dedicado, esforzado, trabajador y muy responsable, además jamás atracaría a nadie.

Ese fatídico día, simplemente salió de su apartamento, preocupado, pensativo. Y, por segundos, descuidó su entorno. Sí, esto no pasaría en otros países, donde para despejase se puede caminar tranquilamente, para ordenar la mente, pero sucede muy comúnmente en Colombia, aquí “no se puede dar papaya”, o mejor dicho, caminar tranquilamente y un tanto distraído.

Había comenzado el tal “Paro Pacífico” y en realidad creo que eso alborotó aún más a los vándalos, en los barrios.

Tal vez, creyeron que todo el territorio nacional les pertenece y que copiaría su discurso lleno de odio y violencia. Con certeza producto de frustración social y muchos ya contagiados con la idea de que el Estado debe darles todo y ¡Gratis!

Y es que además, con muchos jóvenes no se puede ni siquiera hablar, ellos todo lo saben. Y consideran que la vida les debe y por eso para qué esforzarse. Otros tiene el ejemplo del dinero fácil. Y creen que fallando a clase, sin cumplir compromisos, sin esforzarse se recibe un título. Quien NO tuvo padres, control y normas en casa, y no tiene un ídolo, un héroe sano para seguir, lo busca en la calle. Los hermanos son su parche.
Otros no creen en nada, en su corazón no está Dios, ni la ley ni el respeto por nada.

Durante el doloroso recorrido, de hospital en hospital, buscado atención médica para mi hijo, en medio del caos por la pandemia y el paro, encontramos varios jóvenes heridos y trasladados por la policía a los hospitales, esos no eran atendidos con prioridad.

Debo decir, con tristeza y descontento: se notó el rechazo. Y no faltó entre el personal médico quien les diera el discurso por su descuido frente a la pandemia. A lo que hicieron caso omiso. Eran altaneros, groseros con todo el personal.

También sentí la lucha y frustración médica. El cansancio se les nota en su cuerpo, duermen en cualquier lugar, y sus ojos hablan de lo viven a diario. Ellos son la “primera línea de la vida”, que lleva más de un año resistiendo al Covid-19.

En verdad queridos lectores no hay manos suficientes, ni camillas y mucho menos UCIs para atender tanto contagiado, de este virus del Covid-19. Nosotros mismos estuvimos expuestos, pero no lo provocamos y jamás lo esperábamos.

Por lo que sigue, me dirán que enloquecí, tal vez, pero un día me escapé de los míos, y me metí en una de las marchas del paro.

La verdad, con lo sucedido, con tanto video e información que me llega se despertó ese espíritu de la periodista que todo lo investiga, de esa que NO traga entero y que NO le gusta que otros le echen el cuento. Quería tratar de entender su discurso, el reclamo de esos jóvenes.

Soy periodista de guerra, he cubierto muchos episodios de conflicto y mi lema es “temor para pecar”.
He visto demasiada violencia y sangre, por eso amo; valoro la paz, la armonía, desde el respeto y el amor por el otro, que dignifica.

Les cuento que mientras les seguía, mi pensamiento comparaba con otras marchas que tuve que cubrir, en Colombia y en otros países.
Sin duda ¡esto era diferente!
Así lo sentí.
Una maquinaria increíble se teje detrás de todo este paro. Y, como yo, noté a otros infiltrados, pero silenciosos observadores. Allí vi a DDHH, la Cruz Roja y los organismos que se activan cuando llega a las alcaldías la solicitud para marchar. Y es que salir a marchar es legal, al menos en Colombia, aún lo es.

Mi análisis se centró en los jóvenes, unos eran casi niños. Entonces meditaba sobre el porqué. Y me decía qué tipo de formación tuvieron. Tal vez, sus padres los dejaron muy solos, me decía a mi misma, quizás crecieron sin ninguna autoridad, sin ningún respeto, tal vez lo maltrataron, los marginaron.
Mis preguntas fueron muchas ¿será que la mayoría estudia? Vi rasgos de cero moral, esa parte me la reservo, pues sé que me leen menores.

Vi que, sin lugar ya a dudas, están adoctrinados:
Su discurso era como en El Salvador y Nicaragua, vi en sus manos el odio como el de Ruanda, solo que no era con machetes, eran palos y piedras, algunos estaban armados, cargaban pesadas mochilas.
Todo esto me rebotó el estómago, yo solo tomaba agua y limón, que atiné a llevar, como en los mejores tiempos de cubrir terribles conflictos.

La droga se repartía como el agua. Y el olor a Marihuana era insostenible por sectores. A veces aumentaba tanto el olor como la presión, a medida que se encontraban, coordinadamente, con otros. Unos ya se conocían, otros eran nuevos, pero eran bien recibidos.

Unos, de mayor edad, se encargaban de dirigir. Los demás les seguían. Noté que muchos de ellos ni saben por qué marchan:
“Vine porque me invitaron, es un buen plan marica”. Y otro, respondió: “adrenalina pura”. “Parce que putería, ser del cambio”.

Tuve que contener mi rabia, el dolor de ver que estos jóvenes eran como zombis, la mirada de muchos ida, perdida, como sin sentimientos, ni pensamiento, autómatas. Bueno, NO faltó quien amablemente me ofreciera agua, y yo recibí, no tenia de otra. Seguí con ellos y sin ellos. Mi mente, por momentos, estaba en otro lugar.

Pensaba: y si se forma una pelea, un tropel, ¿qué hago? Pues ni llevé celular. No sabía con qué me encontraría, pero claro llevaba mis documentos y mis credenciales, y eso me tranquilizaba medianamente, pues tampoco podía ser descubierta, había mamás o al menos así les llamaban: madre, aunque a mí misma me llamaron así. Entre ellos son compinches, se apoyan.

Estaba alerta sobretodo al escucharles:

“Si adelante aparecen los verdes y se meten, ya saben”. “Hoy la tomba NO nos gana”. “Piró ya sabe”. “Lo planeado sigue”.

Mientras, gritaban “abajo Duque”, en realidad decían abajo todo… Era enorme la cantidad de arengas que unos gritan y los otros respaldan o replican, sin tenerlas muy claras.

A lo lejos se escucharon tambores, sentí que eso era la danza de la muerte. No sé si de ellos, o del país.

El olor a Marihuana era tan penetrante, que me ardían los ojos y aún me duele la cabeza. No sé si de tanto pensar o de todo el humo que me tocó tragar.

Concluyo, con tristeza, que esa juventud NO representa realmente a la Colombia esforzada, trabajadora y honesta, que las ideas socialistas los tienen en otra órbita y que están convencidos que el país les pertenece, porque SI, y que por eso están dispuestos a resistir para, según ellos, tomarse el país.

Colombia resiste contra la violencia, contra el vandalismo, contra el terrorismo, que se manifestó y ha generado y mostrado este paro, que de «Pacífico», nada tuvo desde el inicio.

Resistencia y trabajo en equipo, para devolverle al país a todos esos jóvenes que tomaron el rumbo equivocado.

Ellos son también colombianos, que van por el camino del engaño, la mentira y la manipulación, de intereses políticos y económicos, convencidos de su lucha, por eso varios han dado su vida “enfrentando, hiriendo, matando o dañando lo que les huela a Estado”.

¡Olor a odio, sentí en las calles de mi Colombia!
¿Y ahora, quién para esto?

Lola Portela.
Periodista especializada en temas de conflicto