
Por Padre Avelino Ferreira Machado
Es alarmante la realidad del aumento del suicidio infantil, juvenil y adolescencial. Es una realidad escondida y silenciada que debe ser colocada a la luz de todos. El suicidio adolescente, quizás la contradicción humana más fuerte, cuando se produce no afecta sólo a la familia o a los amigos más cercanos, es un hecho tan fuerte y tan intenso que pone en cuestión la familia, a toda la comunidad, a todas las instituciones. No es cuestión de comprender que sucedió ni de buscar responsabilidades o chivos expiatorios, sino de fortalecer la familia y la comunidad y de posibilitar intervenciones en las que los adultos ocupemos el rol de contención, acompañamiento y cuidado que los adolescentes y jóvenes necesitan frente al dolor.
Si el niño o adolescente dice yo me quiero matar o yo me voy a suicidar, tómelo muy en serio y llévelo de inmediato a un profesional de la salud mental capacitado.
Los adolescentes experimentan fuertes sentimientos de estrés, confusión, dudas de sí mismos, presión para lograr éxito, incertidumbre financiera y otros miedos mientras van creciendo. Para algunos adolescentes el divorcio, la formación de una nueva familia con padrastros y hermanastros o las mudanzas a otras nuevas comunidades pueden perturbarlos e intensificarles las dudas acerca de sí mismos.
Para algunos niños y adolescentes, el suicidio aparenta ser una solución a sus problemas y al estrés. Además de esas causas y de las muchas otras que podríamos señalar creo que la más grave de todas es la soledad.
Muchos de los síntomas de las tendencias suicidas son similares a los de la depresión. Los padres deben estar conscientes de las siguientes señales que pueden indicar que el adolescente está contemplando el suicidio: cambios en los hábitos de dormir y de comer, retraimiento de sus amigos, de su familia o de sus actividades habituales, actuaciones violentas, comportamiento rebelde o el escaparse de la casa, uso de drogas o de bebidas alcohólicas, abandono fuera de lo común en su apariencia personal, cambios pronunciados en su personalidad, aburrimiento persistente, dificultad para concentrarse, o deterioro en la calidad de su trabajo escolar, quejas frecuentes de síntomas físicos, tales como: los dolores de cabeza, de estómago y fatiga, que están por lo general asociados con el estado emocional del joven, pérdida de interés en sus pasatiempos y otras distracciones, poca tolerancia de los elogios o los premios.
Un adolescente que está contemplando el suicidio también puede: quejarse de ser una persona mala o de sentirse abominable, lanzar indirectas como: no les seguiré siendo un problema, nada me importa, para qué molestarse o no te veré otra vez, poner en orden sus asuntos, por ejemplo: regalar sus posesiones favoritas, limpiar su cuarto, botar papeles o cosas importantes, etc., ponerse muy contento después de un período de depresión, tener síntomas de sicosis (alucinaciones o pensamientos extraños)
Debemos repensar nuestros hábitos de crianza: es equivocado querer resolver todos los problemas de los niños y adolescentes, debemos educarlos y formarlos para que aprendan a manejar sus problemas y sus fracasos. Debemos ayudarlos a vivir las etapas de la vida y no a quemarlas: es equivocado permitir que un niño o adolescente tenga la connivencia de los progenitores para vivir experiencias que no les corresponden en sus edades. Es equivocado exigir de modo obsesivo que los hijos sean los mejores, pues sentirán temor ante ese objetivo no alcanzado. Exijamos teniendo en cuenta sus capacidades.
Debemos buscar espacio de diálogo en la familia, desconectarse del wifi para conectarnos con los corazones de los que viven en familia. Hoy los hogares perdieron capacidad de dialogo y las paginas sociales conocen mejor los problemas de los niños y adolescentes que los propios papás.
Debemos recuperar el sentido espiritual de los hogares. Cada vez más los hogares abandonaron a Dios, dejaron de ser santuarios de oración y de encuentro con la Palabra del Señor. Los hogares edificados sobre la roca que es Dios jamás se derrumbarán frente a las tempestades de la vida.
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