Por Lola Portela

El día de ayer el país y el mundo entero pudo entender, por qué en Colombia el perdón lo pueden y deben dar sólo las víctimas, y es desde lo espiritual y, por lo mismo, sólo se logra con la ayuda de Dios, por ser el único que sana los corazones.

Aunque perdonar no es fácil, por ser un proceso, muchas víctimas ya han logrado alcanzar ese maravilloso nivel, y hoy hasta pueden ayudar a las demás. Así lo demostró magistralmente con su testimonio Pastora Mira García, quien con sus palabras sabias y llenas de amor dejó perplejo al mismo papa Francisco.

Y es que Pastora es una mujer increíble; un ser de luz, como pocos, a quien tengo el regalo de conocerla y tuve el privilegio de acompañar en su proceso, gracias a la invisibilizada Fundación Víctimas Visibles. Ayer, no escuché este nombre, pero en honor a la justicia, les contaré que es una entidad sin ánimo de lucro, pero con afán de protagonizar la reconstrucción de un tejido social, desde el perdón. Un proyecto “loco”, para muchos, creado desde lo académico, por el imaginario de la periodista Diana Sofía Giraldo. Hoy, desde mi orilla, describo a esta colega como única en su especie. Ella sí que nos pude dar “sopa y seco”, en el tema del dolor, reparación y acompañamiento de las víctimas en Colombia y el mundo. Su vida entera la concentró en investigar el cómo para desarrollar este proyecto de visibilizar y ayudar a las víctimas. Y en esa causa “nos salpicó” a muchos de amor por Colombia, a través de mostrarnos el dolor y valentía de las víctimas.

En lo personal, hoy sé que estoy y estaré siempre del lado de las víctimas, aunque en los avances enormes de Víctimas Visibles, se creó un Hospital de Campo y allí se habla de reconciliación, porque involucra a los victimarios. En lo personal, confieso que me costó perdonar y entender, desde mi lógica humana: la reconciliación. Comprendo ahora más que nunca que el país está herido de odios, enmarcados en raíces de amarguras y frustraciones, propias de 6 décadas de dolor sin resolver.

Por esto, lo primero que debemos entender es que perdonar no es aprobar la ofensa. La misma Biblia condena a quienes consideran una mala acción como aceptable o inofensiva (Isaías 5:20).

Tampoco es actuar como si la persona no hubiera cometido la ofensa. Dios le perdonó al rey David sus graves pecados, pero no lo libró de las consecuencias. Además, Dios hizo que los pecados de David se pusieran por escrito para que se conocieran en la actualidad (2 Samuel 12:9-13). Esto traduzco como justicia y memoria histórica, para que no se repitan los hechos.

Perdonar no es permitir que los demás se aprovechen de uno. Supongamos que le prestamos dinero a alguien. Pero él lo malgasta, así que no puede devolverlo como se había comprometido a hacer. Él se siente mal y nos pide perdón. Nosotros podríamos decidir perdonarlo. Es decir, no guardarle resentimiento ni echarle en cara continuamente lo que ha hecho. Quizás hasta pudiéramos cancelarle la deuda por completo. Sin embargo, eso no significa que tenemos que estar dispuestos a prestarle más dinero en el futuro (Salmo 37:21; Proverbios 14:15; 22:3; Gálatas 6:7).

Perdonar es una decisión personal, por eso algunos necesitan la disculpa, el arrepentimiento o comprender las razones. El mismo Dios no perdona a los que cometen un pecado a propósito y con malicia, se niegan a reconocer su falta, no quieren rectificar lo que han hecho o no están dispuestos a pedir perdón a quienes causaron daño (Proverbios 28:13; Hechos 26:20; Hebreos 10:26). Las personas que no se arrepienten se convierten en enemigos de Dios. Y él no espera que perdonemos a los que él mismo no ha perdonado (Salmo 139:21, 22).

Pero ¿qué ocurre si alguien nos trata de forma cruel y se niega a disculparse o ni siquiera reconoce su error? La Biblia dice: “¡Ya no sigas enojado! ¡Deja a un lado tu ira!” (Salmo 37:8, Nueva Traducción Viviente). Aunque no aprobemos lo que nos hayan hecho, no permitamos que nos consuma la ira, que nos consume en el dolor. Más bien, tengamos confianza en que Dios hará que se haga justicia (Hebreos 10:30, 31). Además, nos consuela saber que él pronto hará posible que desaparezcan por completo las heridas emocionales que causan tanto dolor (Isaías 65:17; Revelación [Apocalipsis] 21:4).

Hace unos meses, en un retiro del Hospital de Campo, organizado por la Fundación Víctimas Visibles, comprendí lo qué nos puede ayudar a perdonar y lo resumiré así:

Es importante recordar lo que implica el perdón. No significa considerar que está bien lo que sucedió, ni que nunca pasó. Sencillamente lo sacamos y entregamos al Creador.

Pensar en los beneficios de perdonar. Esto nos lleva a dejar de sentirnos enojados, soltar ese rencor nos ayudará a estar más calmados, mejorará nuestra salud y nos permitirá ser más felices (Proverbios 14:30; Mateo 5:9). Y, lo que es más importante, perdonar a los demás es imprescindible para que Dios perdone nuestros pecados (Mateo 6:14, 15). Todos somos imperfectos (Santiago 3:2).

También es fundamental esforzarnos por perdonar pronto, en vez de dejar que se intensifique la ira (Efesios 4:26, 27). Y es allí donde veo la dificultad frente a la reconciliación, desde el perdón. Colombia tiene mucha rabia contenida; por muchas décadas y ésta ha pasado de generación en generación.

Ahora creo que tendremos un mañana diferente, ayer el país recibió, a través del ejemplo de las víctimas restauradas, instrucciones para dar ese primer paso que todos debemos dar. Es claro que, para llegar a la reconciliación, se requiere acercarnos a la luz y dejar las tinieblas o la oscuridad, donde anida el odio.