Gobierno, legisladores empresarios, expertos y ciudadanos del común siempre hemos creído que la Costa Caribe colombiana es un diamante en bruto en materia agropecuaria, por la abundancia y calidad de los recursos que la Región posee.

Se evidencia nuestra afirmación en la extensión de tierras aptas para la agricultura, la ganadería y los bosques, así como la riqueza marina, las aguas fluviales, los privilegios de una ubicación geográfica, la luminosidad que prolifera y la diversidad de minerales, entre otros aspectos.

¿Cómo está hoy el sector agropecuario costeño respecto del potencial que tiene y la evolución de las políticas públicas? Mal, a pesar de ciertos avances en infraestructura, tecnología, facilitación del crédito y disminución de la pobreza.

Pero en el fondo, examinado a profundidad el estado actual de la ruralidad Caribe, este sigue siendo parte de aquel análisis que en 1988 hizo el líder liberal Luis Carlos Galán Sarmiento sobre nuestra Región:

“Ha perdido terreno en el conjunto de la economía nacional; tiene una modesta demanda regional; registra indicadores sociales muy mediocres en cuanto a su nivel de servicio de educación y salud; padece las consecuencias de la baja cobertura de sus servicios públicos; no cuenta con viviendas adecuadas; ha bajado su nivel de industrialización respecto del resto del país; su ingreso por habitante es inferior al promedio nacional; en algunas zonas existe peligro de un empobrecimiento mayor y los desequilibrios crecientes entre las capitales y su periferia, así como entre los departamentos más avanzados y los más pobres se empiezan a traducir en episodios de violencia y conflictos de clases que pueden adquirir proporciones más graves»

Y lo digo no por ser fatalista, sino porque no podemos desconocer la realidad. Una realidad empeorada por los nefastos efectos del cambio climático.

Sin embargo, para renovar una visión optimista acerca de nuestro futuro agropecuario quiero confiar en las posibilidades de reivindicación que tenemos con los anuncios del Presidente de la República, Juan Manuel Santos, sobre una “profunda reforma institucional”, que favorecerá al campo en atención a las recomendaciones entregadas por un grupo de experto, que se deben traducir en decretos concretos a partir de esta semana. Para lo cual el Congreso de la República dio las facultades que se requieren.

Será la más grande reforma de los últimos 20 años para el máximo aprovechamiento de nuestro potencial agropecuario y pesquero. En esa dirección lo primero es la liquidación del Instituto Colombiano para el Desarrollo Rural, Incoder. Al tiempo se crearán dos agencias especializadas de alto perfil técnicos, una de las cuales esperamos sea manejada por un profesional del Caribe. Lo tenemos.

Muy pronto aparecerán en el escenario campesino, por un lado, la Agencia de Desarrollo Rural, responsable de ejecutar planes y proyectos integrales de desarrollo agropecuario dirigidos a los pequeños productores en las regiones, y, por el otro, la Agencia Nacional de Tierras, que tendrá a su cargo la ejecución de la política de tierras del Gobierno, incluidos temas como la titulación, la adjudicación de baldíos y de otras tierras disponibles a los campesinos y las comunidades étnicas, según explicaciones del Presidente Santos.

De particular importancia esta última porque se encargará de administrar el Fondo de Tierras y planear el uso de las tierras más eficientes en las regiones, de acuerdo con el Consejo Superior del Uso del Suelo, que también será creado.

La misión presidida por el exministro José Antonio Ocampo entregó resultados que si son aplicados como todos esperamos, deben significar un progreso muy grande en materia de derechos sociales, inclusión productiva y agricultura familiar con apoyo a pequeños productores, competitividad, sostenibilidad ambiental, ordenamiento y desarrollo territorial, y arreglo institucional.

Un proyecto que se enmarca dentro de la política de pacificación nacional, la modernización económica y el desarrollo social que anhelamos los colombianos, en especial el pueblo Caribe. Mis mejores deseos por una feliz noche de velitas, sin hechos que lamentar e integrados familiarmente.