Por Lourdes Molina Navarro (*)
De la emocionalidad al grito y a la pataleta, solo hay un paso y de allí a la agresión, bastan segundos. Instantes de frustración y de enojo incontrolable que logran lo suyo: generar una imagen que la opinión pública rechaza y que puede costar mucho, no solo perder el favor de la gente en el caso de los políticos, cada vez más desprestigiados, sino hasta la posibilidad de llegar a una posición anhelada.
La clase política actual necesita un curso intensivo de tolerancia, pareciera no tener claro que las pataletas, reacciones violentas e irracionales que se manifiestan en niños y en adultos como nuestra de inmadurez afectiva, en el ámbito en el que se mueven, no sirven para manipular sino para echar por tierra todo lo logrado en cuanto a caudal de adeptos y seguidores.
El caso más reciente es el de Claudia López Hernández, alcaldesa de Bogotá, quien a mi juicio lo ha hecho muy bien en lo que se refiere a cuidar a la ciudadanía del Covid-19, mostrando resultados contundentes a través de medidas oportunas, tomadas con liderazgo y firmeza.
Ya había pasado de su tono pendenciero e impulsivo que la caracterizó durante su quehacer político y campaña, a uno más constructivo y mesurado en el ejercicio de su cargo, con buen criterio, y por eso sorprende más, escucharla gritando a su equipo de trabajo, haciendo lo inadmisible, maltratar a quienes la acompañan, lo cual no solo le desluce completamente sino que la aleja de la imagen de una persona incluyente, respetuosa de los derechos humanos y líder social por excelencia.
Lo lógico en este caso es ofrecer excusas públicas, dando la cara al mal momento, que no se compadece ni con su talante de impartir justicia y equidad ni mucho menos con el cargo que hoy ocupa gracias a la votación popular.
Los límites son claros entre lo que se puede y no se puede hacer y definitivamente gritarle a la gente, por ninguna razón, es permitido ni entendible, por mucha presión que haya con la actual situación de pandemia, y mucho menos pasar de la palabra a la acción.
Y sino tengo razón, que le pregunten a Germán Vargas Lleras por aquel vergonzoso coscorrón que le propinó a su ex escolta Ariel Ahumada, que lo llevó a no tener ninguna opción en la campaña presidencial en la cual fue candidato.
La gente nunca olvidó la agresión y con seguridad nos pasó a muchos, me incluyo, que pensábamos que no se trataba de un caso aislado, los que conocíamos a Vargas Lleras sabíamos de su mal carácter, acostumbrado lamentablemente a gritar a todos los que estuvieran cerca, no entendiendo que sus actitudes, lejos de hacerlo parecer una persona con postura férrea, lo mostraban con soberbia, arrogancia e incontrolables ataques de ira, que lo llevaron a que sus aspiraciones electorales murieran en las urnas. Triste y cierto, porque no evidenció, a través de sus actos, las condiciones humanas que deben acompañar a un político.
Duele pensar que es el caso de muchos funcionarios y directivos en el país, de todos los géneros y condiciones, que llegan a posiciones de poder y se les “van las luces”, literalmente “la mano” y hasta la razón de ser de sus cargos, y entonces nadie les sirve, no saben tratar con respeto a la gente, incluso la descalifican, muestran lo peor de su naturaleza humana y desconocen que tales funciones son prestadas, son de un ratico, como dice Juanes, y que mientras están en esa silla, lo más importante es “hacer” para que dejen buena huella a su paso y “sumar” para que cuando salgan hayan construido carrera y puedan continuar con su nombre íntegro, que en realidad es lo único que nos acompaña siempre.
Los cargos y roles en las organizaciones pasan y solo queda la trayectoria de las personas si ésta ha sido impecable, esto depende del material utilizado para edificar el camino. Si se construyó con claridad y resultados, las recompensas no se harán esperar e igual ocurre si se actúa con mentiras y corrupción, tarde o temprano saldrán a la luz pública.
Del país del sagrado corazón al del Tío Sam
Si por aquí llueve por allá no escampa. El maltrato está en todas partes, solo hay que permitirlo. Por ejemplo, al magnate Donald Trump que ocupa la Presidencia de Estados Unidos, al parecer nada le importa, sus millones logran que todo resbale y que pueda reducir al mínimo el desgaste electoral.
Su permanente ataque contra los inmigrantes, ocasionó, hace varios años, que Trump perdiera su compustora, lo cual no es difícil, con el periodista Jorge Ramos, de Univisión, cuando pretendió, en su ejercicio de comunicador latino, hacerle una pregunta sobre el tema de la inmigración. Trump lo increpó, diciéndole: “Siéntese, no le he dado la palabra. Vuélvase a Univisión”, y luego obligó a Ramos a salir de la sala, según dijo, por un tema de seguridad. Irrespeto que los otros medios presentes debieron rechazar.
El presidente número 45 de Estados Unidos, no tiene reato en mostrar sus dotes de charlatán para irrumpir con toda su artillería de frases racistas, machistas, violentas o xenófobas, por medio de las cuales, a cada minuto, aumenta más su audiencia en el mundo, impulsada por las redes sociales y él lo sabe y utiliza ese poder.
Lo más desafortunado es que voces polémicas y desobligantes, como éstas: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, “Este es un país en el que hablamos inglés, no español”, “México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores”, no han impedido que Trump esté de nuevo en la carrera hacia otro periodo presidencial.
El mandatario reta al mundo permanentemente con su grosería y su desprecio por la diversidad y la mezcla de culturas, y el pueblo norteamericano, principalmente, lo vitorea por ello. Por eso, a sabiendas de que en Tulsa, Oklahoma, hace 99 años hubo una masacre racial de gran magnitud, fue el sitio escogido para comenzar su relanzamiento de campaña electoral, luego de las protestas por la muerte de George Floyd, a manos del policía blanco Derek Chauvin, de Minneapolis, a finales de mayo del presente año.
Ahora, Trump, con una asistencia de alrededor de 6.200 personas al evento, culpa a los manifestantes “radicales” y a los medios de comunicación porque la convocatoria en Tulsa fue menor de la esperada. ¿Se imaginan?
Su coequipero hoy es el aliado del mañana
El camino de la política es largo, cíclico y puede ser tortuoso. A políticos y funcionarios públicos, especialmente, les recomiendo no olvidar que la gente que trabaja a su lado, sus coequiperos de ahora, son los mismos que más adelante pueden apoyar o rechazar un programa, respaldarlos en tiempos de adversidad, obstruir una medida o proyecto de ley, e incluso incidir en la favorabilidad o no de su imagen, según calificaciones que les merezca su gestión.
No es suficiente con una personalidad mediática, no solo hay que parecerlo, sino serlo y en estos tiempos donde cuando menos piensas te están grabando, es mejor olvidarse de las apariencias y honrar la transparencia con la verdad de los hechos, alejarse de la volatilidad de posturas, de esos nuevos mejores amigos que aparecen tan convenientemente al son de los votos, y forjar una línea clara de pensamiento y servicio a la gente que es lo único que dignifica el ejercicio de la política.
(*) Periodista y escritora, especializada en temas económicos y empresariales, Magister en Estudios Políticos.
Vía ABCdeamerica.com