Este país, en la esquina de Suramérica tiene historia, tiene presente y más que presente futuro. Su densidad poblacional que supera los 44 millones de personas, llevó a Luis Fernando Rosas Londoño, un caldense, oriundo del municipio de Salamina, a tomar desde su condición de suprapartidista, la interacción entre el ciudadano y el Estado.
Desde su ingreso a la vida pública en su país, -en el Nuevo Liberalismo en el año 1979- el dirigente le dio un nuevo aire al proceso eleccionario, a quienes a nombre de la democracia buscaron ocupar una posición por elección popular desde el Concejo de Bogotá, pasando por el Congreso o la misma elección presidencial, sin olvidar la Gobernación de Caldas y la Alcaldía de Manizales.
En ese proceso de formación personal y profesional fueron surgiendo una serie de reflexiones sobre el papel que debería los partidos políticos, y, en particular el Nuevo Liberalismo, acompañado al inmolado líder Luis Carlos Galán, asesinado el 18 de agosto de 1989, en el municipio de Soacha, en el departamento de Cundinamarca, en su calidad de candidato presidencial, a manos de quienes se oponían su propuesta de dar vía libre a la extradición y lucha frontal contra el narcotráfico: entre ellos el Cartel de Medellín, con Pablo Escobar a la cabeza.
Las estadísticas de los sondeos de opinión, a la puerta de la cita en las urnas en el mes de marzo de 2018 que determinarán la composición del Congreso, dejan al desnudo las falencias del sistema representativo.
Los ciudadanos en un 47 por ciento hablan de la urgente necesidad de devolverle la credibilidad a los partidos políticos, con el propósito que sea “la semilla” en la recuperación del fervor de sus militantes, a través de propuestas programáticas y no de simples ofertas burocráticas”.
Se trata ni más ni menos, el protagonismo de los partidos políticos en la escena de una Nación, que ha soportado medio siglo de violencia. Cuyas cinco últimas generaciones no han conocido un día de paz, como lo reconoce el presidente Juan Manuel Santos, quién en medio de un “torbellino” de críticas se la ha jugado por la firma de la paz con el grupo guerrillero de las FARC –el más antiguo de América Latina- a quién se culpa de masacres, atentados a la infraestructura del país y quién hizo del secuestro, más que un delito, un “botín de guerra”.
Es decir, Rosas Londoño ha asistido de manera directa e indirecta al nacimiento, gestación e impacto en la población de los problemas nacionales. “Su avidez por el conocimiento, por el diálogo con los ciudadanos y el mejoramiento de su calidad de vida no le ha sido indiferente”. Prueba de ello, es su paso por la Dirección del Instituto Distrital de Turismo IDT, donde hizo una reingenería administrativa, construyó una alta gerencia pública y con un equipo interdisciplinario de profesionales, convirtió a Bogotá como destino turístico de talla mundial”.
Podría decirse que su pensamiento, su voz y su pluma, se ha hecho sentir con fuerza, vigor y con determinación en la crisis del modelo capitalista, en la crisis del neoliberalismo y de manera reciente, frente a la presencia apabullante de las nuevas patologías globales como el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, así como la incapacidad del sistema político colombiano de manejar una situación de ruptura, originadas en los fenómenos anteriores.
A lo largo de su vida pública, este hombre casado con Claudia Patricia y padre de un hijo, ha enarbolado la bandera de edificar partidos políticos fuertes, trasparentes, comprometidos ideológicamente. Sin embargo, ante su la negativa, su camino ha sido el suprapartidismo, entendido como un liderazgo que escucha y une. Ha trabajado por la construcción de la paz, desde lo público y privado. Incluso desde la academia.
En muchas ocasiones, bajo la investidura de ciudadano o de funcionario público ha sacrificado la rapidez de una decisión importante, para abrir la puerta a la consulta de todos los actores afectados por un proyecto de Acuerdo, una ley de la República o la aplicación de un decreto. “Luis Fernando Rosas tiene la capacidad de incluir, escuchar y comprender la nueva subjetividad social, en el proceso de descentralización que reclama Bogotá –desde sus localidades – los 32 departamentos del país”, dice el ex Ministro Álvaro Leyva Durán.
Una de las “batallas” públicas y privadas de este “hijo ilustre del municipio de Salamina”, a donde regresa cada vez que el tiempo y su agenda de trabajo se lo permite, es “combatir” y “derrotar” la pobreza. “Es el gran desafío político de Colombia. El problema de la inseguridad, el desempleo, los vacíos en la educación y en la salud o la manera adecuada de usar el tiempo libre, a través del turismo, se concentra en la distribución del ingreso”, dice.
No en vano, desde el IDT –entidad rectora encargada de manejar y promocionar a Bogotá en materia turística a nivel local, nacional e internacional- se concentró en moldear un turismo social viable y sostenible a partir del reconocimiento del territorio, la ciudad y el valor histórico y patrimonial de la capital. Prueba de esta tarea, es como los colombianos y los extranjeros han regresado en el año 2013 a las Plazas de Mercado como la Perseverancia, el 20 de Julio y el 12 de Octubre, gracias a una labor de capacitación, educación y pedagogía, a quienes por años han vendido la rica y variada oferta agrícola que llega a la capital proveniente de los departamentos de Boyacá, Nariño, Meta y Tolima entre otros.
Es decir, ha pasado de la teoría a la práctica. Ha hecho de la palabra equidad una política pública, que le permitió a la administración del Alcalde de Bogotá Gustavo Petro, dar el salto social, desde el turismo, que a juicio de centros de investigación y Universidades como Los Andes y la Universidad Nacional se convirtió en un “motor de desarrollo”.
Un soporte medular para el Gobierno Santos y un modelo a seguir para América Latina, donde países como Venezuela y Argentina, se debaten en más preguntas que respuestas de sus ciudadanos, en torno a su macroeconomía y estabilidad financiera.
En ese contexto, salta un interrogante. Y no precisamente de los habitantes de un país petrolero como Venezuela o de la tierra del Papa Francisco, Argentina. Sino de los colombianos, que califican la gestión de Rosas Londoño –incluida su trayectoria- como un dirigente suprapartidista con vocación de servicio público.
¿Dónde ha estado la clave de este forma de hacer política?. Simple. En el respeto a la historia política, en la interpretación de avanzada de la coyuntura y en la toma de decisiones acertadas.
En él, en Rosas Londoño se cumple aquel principio culinario que indica que “para hacer tortillas hay que quebrar huevos”. Esta doctrina no es un dogma. La razón. En cada uno de sus roles desde la militancia del Nuevo Liberalismo, la Secretaria de Cultura del departamento de Caldas, Concejal de Bogotá o desde la Dirección General de Asuntos Políticos y Electorales del Ministerio del Interior, ha enfrentado situaciones excepcionalmente difíciles para esculpir la concertación.
Tradicionalmente, un funcionario público de origen partidista no se arriesgan en la Colombia de los César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana o Alvaro Uribe –todos ex presidentes de la República- a ceder el poder con peligro de perder en el terreno legislativo, en el área administrativa o en una curul del senado o la cámara. Con Rosas el suprapartidismo aflora en favor de la ciudadanía,-.en varias etapas de su vida pública- En favor del diálogo y la concertación, ha hecho un lado el interés personal, por preservar el interés colectivo.
Su desafío se ha concentrado en la defensa de la Democracia y en el Estado Social de Derecho consagrado en la Constitución de 1991. Una bandera y un principio de su ejercicio ciudadano en respuesta a la amenaza de sectores de sociedad colombiana de extrema derecha que le han apuntado al desequilibrio, el caos o la separación de las ramas del poder público. “Proyectos de Gobierno caudillistas que se han concentrado en manos del Jefe del Estado, traduciéndose en un poder exorbitante, remplazando los fallos de la Justicia por la interpretación de la carta política desde una óptica sesgada o bajo el argumento de un supuesto estado de opinión”.
En Luis Fernando Rosas Londoño se encuentra un ciudadano como uno. Es un jefe de hogar que se ha dado el tiempo de estar presente en los momentos históricos de la política de Colombia. No como testigo sino voz y sino voto, sino actor de primera línea. Que se las ha arreglado para salir adelante, de no quebrantarse ante las dificultades. Que ha “apretado los dientes” y ha salido adelante con su familia y en cada uno de los retos que ha asumido en el terreno público. Es un hombre de origen “galanista”, de ideas liberales que ha trabajado de la mano con conservadores, con hombres y mujeres que siguen la tesis histórica de Jorge Eliecer Gaitán, Alfonso López Michelsen o Julio César Turbay, que acompañó la elección de Gustavo Petro como Alcalde de Bogotá. Con un liderazgo que deja huella, que trasciende en el tiempo y cuya historia, aún está por escribirse.
En la acción pública de Rosas Londoño hablan los hechos. Habla la palabra. Un hecho contundente que hace homenaje al presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica, quién afirmó que la democracia comienza por la oreja. Una frase irreverente de un Jefe de Estado que recibió seis balazos, se escapó de la cárcel y que se ungió como líder de los uruguayos con estilo más que particular para defender su ideología y su forma de ver la política.
De esa tesis no está lejos el ex militante del Nuevo Liberalismo. Rosas Habla con la palabra. Comunica. Tiene la capacidad de interpretar la realidad y transformarla a través de la fuerza del diálogo. Quién lo conoce de cerca, su amigo Felipe Rueda lo define como “un pensador, un académico, un dirigente del siglo XXI que le da valor a la palabra. A escuchar. Que practica la más noble de todas las herramientas democráticas: el diálogo”. En esa línea, personas que le acompañaron en el equipo del IDT, lo definen como “un ex Director que tiene el don de escuchar. Con quién se pude hablar abiertamente”.
El resultado no puede ser otro que el análisis y la crítica. Es en la palabra donde el suprapartidismo no tiene fronteras,. En donde Rosas en su calidad de mal fiel exponente en Colombia ocupa un espacio real y virtual. Todos somos pasajeros del mismo tren. Convivimos en una sociedad en constante movimiento. En un país que es seguido en los cinco continentes. En donde a cada minuto suceden centenares de cambio destinados a modificar el particular enfoque de los hechos. Sean estos actos de Gobierno. Determinaciones de los partidos políticos o la fuerza de la sociedad civil que se manifiesta, se pronuncia y sale a las calles a aplaudir un triunfo de la selección colombiana de fútbol.
En ese contexto se mueve Rosas Londoño y su ideología suprapartidista. Esta parado en el anden de su propia historia. Se ha anticipado al futuro. Al llamado y la esperanza de los ciudadanos que reclaman un cambio del servicio público. De la forma de hacer política. En la era de la globalización no podemos estar ajenos a quién defiende esta tesis. Con boleto o sin boleto, con asiento o parados, todos quienes habitamos a Colombia, estamos en el mismo tren.
Este compatriota conduce el tren del suprapartidismo. Es hora de separar la maleza que impide ver sus retos y oportunidades, preparar las estaciones para que cada vez haya más pasajeros y tomar un viaje, que puede significar para el país el salto definitivo del país en materia de desarrollo, en una etapa del posconflicto, bajo el rol social de cada uno de los ciudadanos.
En ese escenario, el andamiaje social que se levantará para sostener a la democracia, a la institucionalidad, al Estado de derecho tendrá como elementos claves el suprapartidismo y la comunicación. Será el suprapartidismo el corazón que hará latir y bombear la sangre de una generación que quiere vivir en paz. Por ello, vivirá desde el “corazón” con su familia, la visita del papa Francisco a Colombia del 6 al 10 de septiembre de 2017.
Esta es la historia de vida Luis Fernando Rosas Londoño. Marcada desde muy joven por la política. Como el filósofo griego Sócrates, nos bajaremos de la montaña para hablar de la semilla del suprapartidismo que germinó en el departamento de Caldas, en medio del paisaje cafetero y se trasladó a la ciudad de Bogotá, donde ha contribuido a formar democracia, a partir de la comunidad de la palabra. Del reconocimiento del territorio y la ciudad. Donde el turismo se convirtió en un motor de desarrollo económico.