Por Lola Portela
No es un secreto que los niños en la guerra son usados como escudos humanos, sucede en Colombia, como en otros países. Y es que el reclutamiento de niños en conflictos armados es una práctica tan antigua como las mismas guerras.
De hecho, la palabra “infantería” viene del latín “infans” (niño). El uso de niños parece ser más la regla, la norma, que la excepción y cada nuevo conflicto supone un riesgo directo para los menores.
Sin duda es doloroso saber que casi 17.000 niños colombianos han sido reclutados desde 1960 a la fecha por los diferentes grupos armados que ha tenido este país, como lo refleja un estudio del Centro de Memoria Histórica. La muerte de los menores de edad, en cualquier circunstancia que se presente es dolorosa y mucho más si son menores que mueren en combate.
Una guerra que ni ellos, ni nosotros terminamos de comprender por sus ideales confusos, sin fundamento, que en mi ignorancia lógica me dice que vale más el diálogo y los acuerdos, así éstos sean malos, que perder la vida.
Ahora bien, el Derecho Internacional Humanitario defiende, y ha dado peleas por la protección de los niños frente a las guerras, pero también es claro que si un niño fue reclutado de forma forzada o no forzada por grupos en conflicto o al margen de la ley, y ese menor se encuentra armado, combatiendo en un campo de guerra, indudablemente se convierte en blanco legítimo de quienes defienden el orden y la seguridad de una nación.
Me pregunto ¿cómo pueden los militares o policías identificar que esa personita armada, que está en posición de combate, atacando, es un menor de edad? ¿Cómo se puede saber que fue forzado para entrar a esa guerra?
Infortunadamente, queridos lectores debo contarles que en Colombia muchos niños y jóvenes van a la guerra “por su propia voluntad” Y las historias son desgarradoras. Unos fueron obligados por padres que parecen verdugos, en lugar de educadores; otros por necesidad, porque el estómago no da más aguante frente al hambre. Me duele decirlo, pero en la “otra Colombia”, en esa olvidada, en esa explotada, en esa donde la mayoría de los políticos nacionales de turno sólo miran para lograr, así sea pagando: el voto, en esa Colombia que vive en la ruina total. Allí nuestros niños no juegan a los carritos, a las muñecas, muchos no conocen ni qué es el cine. Allí muchos de esos niños y jóvenes encuentran una salida, entrando a un infierno que los lleva a la muerte. Ese es el camino del narcotráfico, el paramilitarismo, la guerrilla o la delincuente común, porque en su proyecto de vida, el ejemplo de esos “comandantes” es para ellos su única inspiración. Así lo registran los testimonios de cientos de jóvenes, hoy desmovilizados. Muchos de ellos no tuvieron más alternativa, pero algunos que lograron sobrevivir, hoy con su narrativa testimonial cuentan esas historias que nos desgarran el corazón y nos permiten entender, por qué la reconciliación sí es el camino, hacia el desarrollo, hacia el progreso.
Así que a la discusión frente a la culpa del Ministro de Defensa de turno y el actuar del ejército colombiano, con respecto a la muerte de los menores en combate, considero que tendrá mucha tela de dónde cortar, porque más allá de buscar a quiénes culpar y juzgar, es urgente buscar soluciones.
En lo personal creo que el Presidente, los legisladores que nos representan en el Congreso, los gobernantes locales, y la sociedad no podemos seguir mirando para otro lado, e ignorando que en Colombia, al igual que en muchos lugares del mundo, los niños y niñas son reclutados ilegalmente para participar en conflictos armados como: soldados, mensajeros, espías, cocineros o para proporcionar servicios sexuales.
Esto está teniendo lugar en este país todos los días, violando los derechos de la infancia y comprometiendo su futuro.
Recordemos que una vez que un menor es reclutado, pueden hacer muy poco para protegerse a sí mismo.
Necesitamos que se legisle en el país sobre este tema, necesitamos políticas públicas porque los niños que han sobrevivido a esto necesitan servicios apropiados, una posibilidad de educación y la oportunidad de decidir su propio futuro. La capacidad y resistencia de los niños y sus familias no debería menospreciarse al considerar estrategias de reintegración.
Recuerdo que en la Declaración del Milenio del año 2000, donde también participó Colombia, los jefes de Estado y de Gobierno se comprometieron a no escatimar ningún esfuerzo en la protección de los niños y niñas víctimas de conflictos armados. Esta conferencia es un paso importante para definir las formas en las que se puede hacer honor a este compromiso, debo decirlo en Colombia estamos crudos en ese proceso.
Por otro lado, la conferencia internacional de Paris que se realizó el 5 y 6 de febrero de este año tuvo como objetivo el revisar los Principios de Ciudad del Cabo sobre la prevención del reclutamiento de niños y niñas en las fuerzas armadas y desmovilización y reintegración social de los niños y niñas soldados en África. En cooperación con varias agencias coordinadas por UNICEF se definió un nuevo marco de acción: los Principios de París, basados en evaluaciones de programas de desmovilización y reintegración completados y en curso.
¿En Colombia qué pasa? Hay herramientas jurídicas y organismos internacionales que respaldan el construir y el hacer para proteger a nuestros niños de la Colombia olvidada
