Por Carlos Villota Santacruz
Uno de los departamentos en Colombia que en los últimos 16 años ha experimentado a “flor de piel” la desaceleración del crecimiento económico, la violencia, la inequidad social y la ausencia de una política agraria viable y sostenible en el tiempo ha sido Nariño. Bajo ese escenario, las administraciones de los ex Gobernadores Parmenio Cuéllar, Eduardo Zúñiga, Antonio Navarro Wolf y Raúl Delgado enfrentaron por separado sus efectos desfavorables sobre el empleo y la calidad de vida de la población.
Si se mira con “ojo retrovisor” la tasa de desempleo en el año 2.000 en la tierra del poeta Aurelio Arturo –uno de sus hijos ilustres- alcanzaba el 16.7 %, mientras que la tasa de subempleo oscilaba en el 32.5 % Sin duda, eran porcentajes muy altos, que de manera directa o indirecta afectaron la estabilidad de la región fronteriza con Ecuador.
A este panorama, se sumó el hecho que Nariño en su composición es una región física y socialmente diversa (costa y sierra) con presencia de población afro, indígena y mestiza, que a lo largo de la historia han sido protagonistas de los altos índices de violencia, generando de paso desintegración familiar, pobreza y ausencia de desarrollo en el sector agrícola.
En otras palabras, no tardó en aparecer los cultivos ilícitos, como consecuencia del abandono del Estado, dando paso al desplazamiento. Un fenómeno que aún persiste en el año 2016, generando serios impactos económicos que se traducen en la disminución de la oferta agregada de productos alimentarios presionando los precios hacia el alza encareciendo el costo de la canasta de alimentos, distorsiones en el mercado laboral por presiones en la elevación de los salarios, encareciendo los costos de producción de otros bienes necesarios, distorsiones en el mercado de la propiedad raíz por presiones en la elevación de los precios de la tierra, distracción en el capital natural por el cambio de uso del recurso suelo, distorsiones en la contabilidad económica por el subregistro en el Producto Interno Bruto.
Es decir, una situación compleja y difícil en términos de gobernabilidad. Para Parmenio Cuéllar en su calidad de ex mandatario seccional- esta radiografía- contribuyó a la ruptura del tejido social, al tiempo que incrementó los niveles de exclusión y marginalidad. No en vano, también se vió afectada de manera negativa las culturas ancestrales de los pueblos indígenas y afrocolombianos por la pérdida de prácticas culturales ancestrales.
Sin hablar de estadísticas, cuántos muertos, cuántos heridos o cuántos atentados terroristas dejó en el territorio nariñense la violencia –incluso en la naturaleza-, los habitantes del departamento de Nariño siguen de cerca el proceso de paz entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc desde los municipios de la Unión, Pasto, Ipiales, la Cruz y Tumaco.
Son las ciudades más visibles. Las de mayor recordación en la opinión pública nacional e internacional por su cultura, por su cercanía a la frontera o su vecindad con el Océano Pacífico. Cómo poder olvidar -por ejemplo- el guardián natural que cuida a la “ciudad sorpresa” de Colombia. El Volcán Galeras, cuna además del Carnaval de Negros y Blancos –Patrimonio de la Humanidad o la ciudad de las “Nubes Verdes” Ipiales, donde la guitarra tiene otro trinar, a través del Festival Internacional de Tríos que nació a la vida en el 2008.
Para los gremios representados a través de Fenalco con su Directora Ejecutiva María Eugenia Zarama o Acopi a través del empresario Hugo Rosero “el gran reto a futuro para el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos es la construcción de un modelo económico que le asigne al campo un rol dinámico en la sociedad colombiana, en el marco del posconflicto desde el sur del país”.
En la mente y en la visión de quienes generan empleo y los ciudadanos, los 12 primeros “meses del posconflicto serán los más difíciles”. Una tesis que es compartida por el ex Gobernador Antonio Navarro Wolf –ex desmovilizado del M 19- “Lo que Nariño requiere en los próximos años, tras la firma de la paz es la reconstrucción social, económica, ambiental e institucional para orientar acciones oficiales y privadas, en las zonas afectadas por los cultivos de uso ilícito dentro de un contexto de desarrollo regional de manera integral que aborde todos los componentes de la vida social buscando el mejoramiento de la calidad de vida de las comunidades rurales y semiurbanas”.
En esa línea, el presidente de la Comisión Primera del Senado Manuel Enríquez Rosero –quién en las sesiones extras del Congreso lideró el estudio de la Ley de Orden Público- su Departamento requiere la puesta en marcha de políticas públicas que a mediano y largo plazo orienten un proceso de cambio cuantitativo y cualitativo sobre la base de la identidad cultural e incorporar la sostenibilidad ambiental en la asignación de recursos. “La idea es una concepción sostenible y de tratamiento especial en el área productiva, a proyectos de cultivos orgánicos, alternativos y aquellos que favorezcan la agrobiodibersidad”, afirma
Para los nariñenses en el siglo XXI, la relación del ser humano con la naturaleza –tras el acuerdo final de La Habana- no puede tomarse como la de un ser extraño a ella. Al contrario, es parte de ella, lo que posibilitará la humanización de la naturaleza como una forma adecuada a los más sanos principios de convivencia y posibilita una dignificación de su condición como ciudadano. “Una nueva ciudadanía”, manifiesta el Decano de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Mariana Héctor Rosero.
Justamente, atendiendo esa lectura de los cuatro puntos cardinales de la región, el Gobernador de Nariño Camilo Romero impulsa a través de un proyecto de Acuerdo en la Asamblea de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sostenible, que cuenta con el aval del Ministerio del Medio Ambiente. “Esta propuesta recoge las preocupaciones de los campesinos y focalizará los esfuerzos para hacerle frente a los efectos del fenómeno del “El Niño” y los desafíos en materia de conservación de los ecosistemas y cambio climático”, dijo el asesor del mandatario seccional Martin Tenganá.
Un paso necesario y vital para edificar el renacer del campo y de los campesinos, de la mano de la naturaleza, Esa región de Colombia está sobre diagnosticada. Lo que reclama es una nueva relación entre Pasto y Bogotá, entre Tumaco y Barranquilla, a través del idioma del autoreconocimiento local y regional. “Con esa herramienta se le dará sentido de pertenencia a los actores sociales, tras valorarse los saberes y las técnicas de los campesinos, indígenas y del pueblo en general”, manifiesta Oswaldo Flórez Director de Colmundo Radio en la capital nariñense-
Esta tierra –con tradición católica- parece avanzar de manera más rápida en la nueva relación entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil, en su propósito de enfrentar con éxito el posconflicto. Una bandera del ex Gobernador Raúl Delgado, nombrado por el presidente Santos como Vice Ministro del Interior. Un hombre con origen sindical y de izquierda que supo ganarse la confianza del Ejecutivo gracias a un trabajo y compromiso con la región. Con sus retos y oportunidades. En su diálogo permanente con su gente.
Delgado –quién fue Alcalde de Pasto- es un convencido que el Departamento debe adoptar un modelo de desarrollo económico que estimule el ahorro interno, que responda a la urgencia de crear empleos productivos y contribuya a reducir los índices de inequidad social. En particular en los municipios de la costa como Maguí Payán y Francisco Pizarro entre otros.
Justamente, al recorrer –su hermosa geografía- a la orilla del Océano Pacífico –sus habitantes en condiciones de pobreza- comprenden que “la firma de la paz no significa el fin su crisis social y económica, como tampoco la reconciliación nacional significa el fin de las diferencias, sin embargo, ambas condiciones son necesarias para abandonar la vía de la violencia como instrumento para resolver sus diferencias y explorar el diálogo y la concertación como método de convivencia ciudadana”.
En ese contexto, Peter Ortiz –presidente de la Fundación para el Desarrollo del Pacífico colombiano CONPACIFICO, recordó que lo “importante no es la firma de la paz, lo importante es la implementación del posconflicto. Para que sea un éxito –asevera- el Gobierno debe impulsar en articulación con la administración departamental y las administraciones de los 64 municipios un cambio en los patrones culturales, rescatando la identidad regional, que facilite el fortalecimiento del capital social y la introducción de un modelo de desarrollo sostenible”.
Este colombiano –de raíces barbacoanas- fue más allá, refirmando su solicitud al Gobierno para que la Transversal Manuel Ortiz y Zamora sea implementada como una vía para la paz, bajo el marco de un sistema territorial de planificación, que articule las actividades de todos los actores sociales, oficiales y civiles. “En Nariño, ya no se puede dar más largas a un modelo de desarrollo económico con el protagonismo del campo autosostenible, que aproveche el capital natural y el capital humano”
Si se observa con detenimiento. La visión hacia donde se debe encaminar Nariño como ente departamental, tiene un componente: consenso. No tiene discusión. El reto es. ¿cómo encontrar la fórmula para superar la pobreza, el hambre y la desigualdad social? Sin duda, el empoderamiento de la mujer, su plena e igualitaria participación en el desarrollo de la región, será pieza clave, donde la igualdad y equidad de género sea pública y visible.
Una especie de gobernabilidad democrática, que se fortalezca, a través de la transparencia, la redición de cuentas –semanal como lo adelanta el Gobernador Camilo Romero- “Una aceptación y reconocimiento del pluralismo, diversidad social y cultural”, subraya
También será vital, que la inversión de 1.6 billones de pesos del Conpes para el desarrollo del sector agrario de Nariño no se quede en letra muerta. Que se traduzca a la realidad. Las tareas que están en marcha o por cumplir no son de poca monta: sembrar nuevos cultivos, renovar áreas que necesitan ayuda técnica, diseños y estudios para construir más de 30 distritos de riego a pequeña escala que necesita el sector y la consolidación de más de 30 sistemas productivos y mejorar la productividad.
Si, el Jefe del Estado –ha dicho en público y privado- que uno de los propósitos de su Gobierno, es que el campo colombiano se convierta en polo de desarrollo, en polo de prosperidad, ese lugar es justamente en Nariño; donde esa empresa se puede hacer realidad para los próximos 10 o 20 años.
Este es el momento. Esta es la hora. Para el empresario e historiador Isidoro Medina “desde Bogotá se debe trazar una política macroeconómica que no atente contra la capacidad adquisitiva de los colombianos, que tenga la capacidad de controlar la revaluación del peso, que además tienda puentes con la zona andina, socio natural de la región, en su calidad de frontera”
De esta manera, con una moneda local más fuerte, el campesino podrá una vez capacitado, elevar su productividad, bajo facilidades de crédito, investigación, donde la tierra sea su motor, no su dolor de cabeza, donde pueda utilizar el suelo con mayor eficiencia, que posea una puerta de expansión sostenible a la frontera agraria, con apoyo del Estado a la comercialización de los productos. “En resumen, implementar un sistema de incentivos selectivos que fomente la capacitación del sector rural y reduzca los riesgos inherentes a su actividad, subsidiando selectivamente actividades de inversión, de productos críticos y reducción de riesgos”
Todo un esquema, que puede ser piloto en el país. No en vano, Nariño es una despensa agrícola. Ya se demostró con los paros que los campesinos realizaron meses atrás. Una instancia que no se puede repetir. Está en juego la seguridad alimentaria de las presentes y futuras generaciones. Con una amenaza latente, como la epidemia del Zika. “lo habitantes del Valle de Atriz –donde está asentado la ciudad e Pasto- no quieren estar más a espaldas del campo. Por muchas vías desde el terreno académico, empresarial y político han levantado la bandera del fortalecimiento de la política de desarrollo rural, que pueda darle un “aire” al sistema de compra, cofinanciación, adquisición de tierras, expropiación y extinción de dominio de las propiedades decomisadas a los narcotraficantes, la ampliación de programas de vivienda rural y de crédito campesino.
En ese contexto, el sector privado también tiene una responsabilidad. Unas acciones a cumplir en el mediano y largo plazo. Por ejemplo, programas como la adecuación de tierras y protección de fuentes de agua, especialmente, en distrito de riego, programas de pequeña irrigación y de aspersión se convierten en fundamentales para elevar la calidad de vida de los habitantes de los municipios del Tambo, Buesaco, Yacuanquer, Nariño, Ilés, Tangua, Linares, Leiva, San Pablo, La Cruz y Arboleda.
Para que este planteamiento –fruto de la conversación con los ciudadanos en Pasto, Ipiales y Tumaco- se cristalice se hace inaplazable que las autoridades salgan al paso a las prácticas desleales de comercio. “También es oportuno, la aplicación estricta del principio de reciprocidad entre naciones en materia agropecuaria, como es el caso con Ecuador”, recalca Hugo Rosero de Acopi.
No se puede olvidar, que el componente educativo y pedagógico será parte también del posconflicto. La Corporación Autónoma ha desarrollado campañas en esa dirección, invitando a los niños, a los jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, a defender y aprovechar la biodiversidad a partir del recurso hídrico –tras el anuncio del Gobierno de comprar energía a Ecuador-. En ese contexto, cobran importancia los programas de defensa de manejo integral de las cuencas de los ríos Blanco, Azufral, San Juan, Pasto, Guamuez, Mira, Mataje y Bobo
El futuro “La democracia comienza por la oreja”: Así lo entendió Sócrates cuando bajaba a la plaza y se mezclaba con la gente, hablaba con ella, indagada sobre los problemas cotidianos. Sin decirlo, jugando a la ignorancia, estaba construyendo un nuevo sentido para la democracia. La plaza de Atenas, solo difiere del campo nariñense del escenario. Pero ambos confluyen en un mismo punto: son lugares abiertos, heterogéneos, donde todos hablan lo que quieren hablar y eligen a quién y cómo escuchar.
Un escenario que se hizo visible con la llegada de Camilo Romero a la Gobernación de Nariño el pasado 1 de enero –lo antecedieron cuatro administraciones de izquierda y alternativos- “En el 2016, -anota el ex senador de la Alianza Verde- está en la tarea de construir un nuevo modelo de gestión, un referente. Un paradigma de nuevo Gobierno basado en tres pilares: Gobierno abierto, innovación social y economía colaborativa.
El objetivo apunta, a convertir a esta región del país como un referente en el mundo. Un Nariño que respeta sus valores. Los tres Patrimonios de la Humanidad: Andino Pacífico y Amazónico. “Más nunca sentirnos el último rincón del país. Sentirnos que somos pobres y vivimos lejos. El reto, es mostrarle a Colombia cómo se hacen las cosas de buena manera, donde el campo tiene un asiento en primera fila”, sostiene el mandatario
En las pocas semanas que lleva en el cargo, su mensaje ha calado entre sus coterráneos. “Nariño tiene con qué, para levantarse con la cabeza en alto como corazón del mundo”. Es un cambio de lógica, donde los nariñenses ya no tienen la mano para pedir, sino que también pueden aportar en una Colombia que le dice si a la paz no a la violencia. “Se va aportar con cátedra futuro, con Gobierno abierto. No hay otro Gobierno abierto en el país. La razón. Se colocó la declaración de renta de todos los funcionarios de la administración -40- La ciudadanía tiene el derecho a saber cómo llegan los funcionarios y cómo se van.
No es decir que somos un Gobierno abierto. “Un Gobierno abierto es cumplir con los estándares internacionales. Un Gobierno de presupuesto en línea, donde la forma de contratación sea visible. Una acción que es respaldada por los todos los sectores de la sociedad. Una fuerza regional que no se detiene y que dará de que hablar en los próximos meses. Muy por encima de la diferencias. Construyendo por Nariño y para los nariñenses”
Desde su Gobernador pasando por el educador, el empresario, el deportista, el periodista, el cultor, el artista, el ama de casa, el pensionado, no han sido ajenos a la dinámica de la globalización, de la sociedad del conocimiento y la edificación de la paz, a pesar de la presencia sistemática de la violencia en todas sus formas. Hoy se hacen sentir con el poder de la palabra. De la comunicación, de capacidad de interpretar su realidad y transformarla a través de la fuerza del diálogo.
Es desde el diálogo que se está edificando un campo lleno de oportunidades. Donde niños, hombres y mujeres escuchan y comparten experiencias sumergida en la más esencial y noble de las herramientas democráticas: el diálogo. Para comprender como se vive en el campo mirando el mar, mirando las montañas y acariciando el agua de los ríos y lagunas como “La Cocha”
Si, el campo de Nariño necesita ser escuchado. Por la experiencia, la capacidad de análisis y crítica que surge de los campesinos que por años guardaron silencio. Por el miedo a quedar en ridículo o simplemente a no tener la atención de sus interlocutores. Su experiencia ya no es local. Es nacional y puede ser fuente inagotable de información, para devolver al campo su lugar en la economía.
Con el nacimiento de un animal, de la cosecha de cualquier producto agrícola, Nariño está viviendo hoy una “causalidad simbólica”. Lo que sucede en su territorio –en materia de cultivo del campo- le compete al Gobierno y a todos los colombianos. Nos eleva a una condición de pasajeros del mismo tren.
El campesino está parado en su parcela. En su finca. Lo cobija la historia, pero lo abraza a la vez el futuro. La llegada del posconflicto. Ese posconflicto que no es mañana, es hoy. Porque nacerá con el acuerdo final de La Habana. Ya no puede esperar. Porque bajo su anonimato y visibilidad, tiene un asiento en el tren de la paz. Con boleto o sin boleto, con asiento o parados. Acompañando al presidente Santos y su Gabinete.
El tren del campo nariñense se llama futuro. Un futuro con un Conpes que cristalicen los procesos productivos, recuperen las área degradadas, mejoren la explotación de los bosques –especialmente- el desarrollo pleno de la ley 90 de 1993, en cuanto al reconocimiento de la propiedad colectiva de las comunidades negras sobre tierras baldías, que han venido ocupando sobre las riveras de los ríos, la defensa de sus sistemas de producción, el incremento de la participación institucional y la explotación ecológica de sus recursos naturales.
Para comprender la magnitud del tiempo que vive el campo nariñense, hay que escuchar sus habitantes. Desde el mismo instante en que el labriego abre sus ojos al comenzar un nuevo día, debe estar presente el Estado. Lleva en su corazón y en sus manos la capacidad de hacer germinar la tierra. Un ciudadano de “carne y hueso”. Un ciudadano que demanda todo ahora y ya, el que no puede esperar porque comprendió que los tiempos y las distancias son fronteras que ya fueron sanadas por el perdón tras el paso de la violencia como un tsunami que le arrebato la posibilidad de vivir en condiciones normales como muchos de sus compatriotas en Cali, Medellín, Cartagena o Bucaramanga.
Es cierto que no será una tarea fácil y sencilla el acompañamiento del Gobierno a sus peticiones, pero con educación, ciencia y tecnología e investigación puede mejorar su economía, su productividad y la calidad de los cultivos como el café, el maíz, el plátano, caña panelera, palma africana, cacao, papa, trigo, frijol y frutales, mediante la selección de variedades, sistemas diferentes de manejo de postcosecha, infraestructura de acopio y conservación en frío.
En esencia, desde la tierra de Agustín Agualongo –símbolo del pueblo- todo el andamiaje económico, social y de verificación de la Organización de las Naciones Unidas al proceso de paz de Colombia, tiene en Nariño un referente e hilo conductor de más de 60 años de violencia. Será su geografía y sus protagonistas que harán latir y bombear la sangre de la reconciliación nacional desde la región. Sin su concurso, el posconflicto –sin la valoración y respeto del campo- podría fracasar, languidecer, tonarse anémica. Un circuito que no puede ser ajeno a los equipos negociadores del Gobierno y de las Farc.
Cuando llegue la paz, cambiará las necesidades y esperanzas de Nariño y de los nariñenses. Porque el posconflicto estará en ebullición. Si el Estado no está atento, perderá nuevamente su comunicación y las oportunidades que ofrece el sur del país, con su ramillete inagotable que germina desde el campo que reafirman las palabras del presidente Santos en el Carnaval de Negros y Blancos el 6 de enero de 2013: “Los sueños existen, hay que saber dónde encontrarlos”: al hacer un homenaje a los artistas y cultores nariñenses al recorrer la senda de la fiesta popular, en la primera visita de un mandatario en ejercicio -en el día magno- en uno de los Carnavales más importantes del mundo y elevado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Que también tiene alto componente rural.