Publicado por: Alfonso Hamburger

Murió en Sucre, el gestor cultural que les escribía los discursos a los gobernadores y atajaba pollos en un  departamento atravesado por las siete plagas de Egipto.

 

“Llegamos a Valledupar alegres y contentos a disfrutar de la parranda buena. En esa estábamos. Jorge Martínez Paternina empezó a desflorar la primera María Namen de la tarde (Una Old Parr litro), mientras Oswaldo  Ruiz se llevaba el acordeón al pecho y sus dedos recorrían el teclado de botones por tonalidades menores de cumbias y porros, para provocar a los vallenatos en aquel templo sagrado de sones,  pullas y puyas.  En ese momento entró una llamada, de esas inoportunas. Jorge fue cambiando de colores, de blanco a pálido, a verde, a medida que se enteraba del mensaje. Hizo que iba a orinar y se nos  fue, tan de repente, como se nos fue para siempre este 18 de abril.

¿Qué había pasado?  Apenas la noche del martes habíamos inaugurado el Museo Antropológico Manuel Huertas Vergara en Sincelejo con una pomposa exposición de José Luis Quessep y otros artistas. Hubo un coctel, como todos los cocteles, de miradas, análisis, críticas y reencuentros. Apenas acabábamos de abandonar el museo cuando se fue la luz, tronó muy feo y empezó a llover a cántaros. Era el primer aguacero grande del año. El celador, con el agua a la cintura, se encargaba de poner a buen recaudo, con sus manos peladas, a unos cuadros que se habían colgado con guantes de seda. Fue un desastre. Los bultos de palma usados como ensambles, boyaron como en un río desmadrado. Llovía mas adentro del museo que afuera.

Jorge Martínez Paternina era una especie de comodín de la cultura sabanera. El museo había sido levantado en predios que aun hace dos años, eran del departamento de Bolívar. Jorge no era el contratista, ni el diseñador ni el interventor, pero el Gobernador de turno lo llamó para que se viniera a atajar esos pollos.  No sabíamos cómo lo hacía, pero tenía la varita para arreglar problemas de todo tipo. Había dejado su profesión de consultorio (odontología) para tomar una cámara fotográfica y registrar la cultura en todos sus aspectos. Si se moría un músico allí estaba para buscar para la mortaja o hacer de maestro de ceremonia. Mientras trabajaba para el plan de desarrollo o de prevención de desastres, aprovechaba para componerle un porro a la Mojana o escribía sobre porrología, un tratado que solo él entendía. Como gestor cultural, no solo escribía los discursos del Gobernador de turno, con los que se emocionaba tanto al oírlos como si el mismo los estuviese leyendo, sino que tenía que buscar para el whisky de sus cumpleaños y contratar las bandas y los conjuntos de la velada. Sus asesoría no solo eran de nivel interno, sino hasta de cómo comportarse en la calle. Y al final de sus días, había convertido el museo en su oficina preferida, en vía de remodelación.

 

Con el estoicismo de soportar la muerte de sus dos progenitores en los últimos años y sacarle el zigzag al azúcar que devoraba su sangre, soportó los procesos legales contra tres de sus jefes que fueron llevados a la cárcel por parapolítica. Y Martínez, hasta hace poco manejando su carro viejo, especie de papa móvil, no parecía inmutarse, mientras el mundo se descomponía a su alrededor. Su sentido de practicidad y equilibrio de la vida-  no era soberbio, engreído ni vanidoso- lo llevó por un Sucre devorado por las siete plagas de Egipto, y sin taparse la nariz, siempre apareció en escena con su cámara  colgándole del pescuezo y una sonrisa a flor de labios. Uno podía no estar de acuerdo con algunas de sus salidas y decisiones, pero su manera de asumir la vida, de tocar el tambor con sus manos largas y hasta de manejar su papa móvil, lo desbarataban a uno.

De la misma forma cómo impulsaba a Camilo Cantillo- El perdido más viejo del mundo y guitarrista fino- y a sus guacharacos, podía propiciar un encuentro de ex gobernadores, aunque solo fuese para echar chistes o jugar dominó.

Como dijo Julio Sierra Domínguez, no Domínguez Uribe el de Caño Lindo, sino el nuestro, Jorge Martínez no ha muerto, duerme después de haber disfrutado una interminable noche de cumbias, porros y fandangos”.

Escrito por Alfonso Hamburger. Hamburger Channel.