Por su “espantajopismo” innato, el barranquillero odia sentirse pobre. En el fondo, se es “espantajopo” para sobrevivir a la dura realidad. Algún día tendremos que quitarle la espuma carnavalera al hambre.
Por: Alex Guardiola Romero
No hay nada más difícil que convencer a un barranquillero de su pobreza. Por su “espantajopismo” innato, el barranquillero odia sentirse pobre, mucho peor admitir que un tercio de su población no come las tres veces al día, o que el índice de progreso social está estancando hace años situando a la Arenosa en los tres últimos puestos entre las principales ciudades del país. Barranquilla, y por ende los barranquilleros, sufre de un evidente abandono social, pero se potencia la cultura de un ego que oculta la realidad, una especie de “Síndrome de Doña Florinda” que parece ser el ADN de las alcaldías de la casa Char, que entendió muy bien que en Barranquilla lo importante no es serlo sino parecerlo.
Para el lector desprevenido no familiarizado con el término, bien podría definirse al “espantajopismo” como el movimiento social caracterizado por la necesidad de aparentar un estado de bienestar económico y social que no se tiene, con base en demostrar que se puede consumir licor en los mejores sitios de moda, conducir vehículos último modelo, y vestir con prendas de diseñadores, sin importar que se carezca de los recursos para cubrir las necesidades básicas individuales y de su familia. En pocas palabras, un “espantajopo” es un arribista que vive en un mundo de mentiras inventando fantasías para no llorar por su realidad. Eso sí, el “espantajopo” que se respete debe presumir en redes sociales que tiene cosas, un tanto para sentirse realizado y otro tanto para despertar envidia, porque uno de los pilares fundamentales del “espantajopismo” es parecer “envidiable”, así como hace años un símbolo de estatus en Colombia era ser “secuestrable”. Por eso, no hay nada más falso que el perfil de Facebook de un barranquillero.
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Lo cierto, lo real, lo medible y verificable, es que para 2015 el 22% de los barranquilleros era pobre, es decir, que su familia no tenía con qué comprar la canasta básica de alimentos de 240.700 pesos al mes ¿qué se puede comprar con 240 mil pesos al mes? Sin embargo, casi una cuarta parte de los barranquilleros no tiene esos escasos recursos para sobrevivir. Según Barranquilla Cómo Vamos, referido al Índice de Progreso Social (que mide la calidad de vida), para 2015 se desmejoró. Según ese Índice de Progreso Social, Barranquilla es última y penúltima en el país en la categoría “nutrición y cuidados básicos” y “vivienda y servicios públicos”. No es de extrañar, si se tiene en cuenta que el 29% de los barranquilleros no puede comer las tres veces al día, siendo el porcentaje más alto de toda Colombia. Es decir, el Barranquilla se está pasando física hambre. La pregunta obvia es ¿por qué al barranquillero le cuesta reconocer su pobreza?

Las razones sociológicas para la entronización de este comportamiento que niega la propia realidad son varias, pero bien podría decirse que, en el fondo, el “espantajopo” evade su propia realidad como una manera de catarsis colectiva, encontrando un apoyo social en sus semejantes. En resumen, se es “espantajopo” para sobrevivir.

Decía Ray Bradbury que “hay que inyectarse cada día de fantasía para no morir de realidad”, lo cual parece ser la piedra angular de este extendido comportamiento social en Barranquilla. Con un Índice de Progreso Social de apenas el 59,4 de 100 posibles, la realidad de Barranquilla es distinta a como los barranquilleros la queremos ver, pues ubica a la ciudad en el cuartil “medio-bajo”, siendo séptima entre las 10 principales ciudades del país.

Pero el tema no es tan inocente, pues el “espantajopismo” conduce a una degradación de ciertos valores sociales que repercuten negativamente en la comunidad. Igual que la cultura del dinero fácil que nos legó el narcotráfico, el “espantajopismo” desencadena comportamientos límite –algunos ilegales- con el fin de saciar la sed de aparentar. La razón por la cual muchos jóvenes llegan a la delincuencia está íntimamente ligada a esto, pues cuando no encuentran oportunidades, cuando se da de bruces contra una realidad de desempleo, subempleo y marginación, la opción más fácil a la que recurren es la delincuencia. Así, nos encontramos con muchachos que en su afán de ser “espantajopo” atraca a otro “espantajopo” que presume en la calle de un celular de alta gama que nunca tiene minutos, para que la chica que solo se fija en “espantajopos” lo tenga en cuenta a la hora de ir a bailar a un establecimiento de moda. Lo mismo que pasó en la sociedad que formó Pablo Escobar, está pasado en la Barranquilla condicionada por los Char.
Pero en Barranquilla nada detiene al Carnaval. Gracias a eso, a que siempre el barranquillero encuentra una vía de escape, la realidad no es peor. Lo que está claro es que algún día tendremos que quitarle la espuma carnavalera al hambre y encontrar una manera de que la ciudad sea una Barranquilla de todos y todas. Pronto se hará más necesario menos circo y más pan. Más carne y menos marimonda.

Vía Opinemos